De
un tiempo a esta parte, el mundo parece haber advertido el lugar marginal que
las mujeres tienen en la historia. Las industrias culturales, sensibles a los
cambios en el consumo y decididos a no perderse ningún tren, vienen poniendo el
foco tanto en las numerosas autoras olvidadas como en los personajes femeninos relegados.
Y
ese parece ser el caso de la novela Peter Pan, que acaba de ser
publicada por la editorial La Pollera con su nombre original, Peter Pan y
Wendy, que a lo largo del siglo, las múltiples adaptaciones (en su origen,
en 1904, se publicó como obra de teatro) borraron a la co-protagonista y el
eterno niño se convirtió en el símbolo de la infancia como paraíso perdido.
Pero
lo que hizo que este cuento de hadas perdurara a través del tiempo fue su
capacidad de poner en escena un conflicto fundante de la subjetividad: el paso
a la adultez como pérdida del paraíso. Como arquetipo de la novela de
aventuras, tiene un fuerte carácter iniciático: comienza con un viaje al que un
pequeño es convocado por un instigador (figura demoníaca a quien teme y venera)
mediante un mapa, un objeto mágico o un relato fabuloso, en este caso, el
referido a los peligros que lo esperan en la isla de Nunca Jamás. Con él
emprenderá un periplo rico en peripecias hasta afrontar a la Muerte misma y en
el camino dejará, junto con la casa paterna, los mandatos donde reina el
superyó a través de las instituciones (la familia, la escuela, la religión y
todo el mundo civilizado). El rapto, esa fuerza que arranca a los niños de la
asfixiante sobreprotección materna, no deja de fascinar a estos “perversos
polimorfos”, amorales y egoístas que podrán ir tanto detrás un chico que vuela
como de un flautista.
Y
de este año 2021 que termina, la editorial Limonero acaba de publicar Roberto
& Gelatina, de la talentosa ilustradora suiza Albertine (ganadora del
premio Hans Christian Andersen del año pasado) y su pareja creadora Germán
Zullo, un relato enmarcado, donde la tensión entre la seriedad y la alegre
despreocupación del juego infantil se manifiesta en el territorio de la
literatura: mientras Roberto, serio y concentrado, intenta escribir su novela,
su hermanita Gelatina lo interrumpe pidiéndole que le cuente un cuento. Pero él
está escribiendo un “cuento para grandes”, como le explica a la impaciente niña
con la que negocia contarle su cuento favorito a cambio de que ella lo deje
“trabajar”. Pero ya sabemos que los pequeños jamás cumplen sus promesas, por lo
que Gelatina, cuando su hermano la manda a entretenerse sola, inventa su propia
historia en la que será ella la que tenga el poder de transformar la realidad a
su antojo. Una escena que sólo es posible para aquellos que no han renunciado
al mundo del infans y saben que el juego es la cosa más seria del mundo.
O, para los que, resistiendo una y otra vez al mundo adulto, afirman que “sólo
los alegres, inocentes y despreocupados pueden volar.”
Publicado en La Gaceta Literaria, 21/8/2022
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