No hay dudas de que
el mayor conocedor actual de la influencia de la vida de Jorge Luis Borges en
su obra es Martin Hadis, un investigador académico que, viniendo del mundo de
la informática, la estadística y de todo lo que puede
ser medido, abrevó en la literatura -el territorio de la metáfora-
la filología, las literaturas
germánicas medievales, el inglés y el nórdico antiguos. Con todas estas
herramientas fue internándose, a través de los años, en ese universo en
expansión que es la obra de Borges.
Pero
una de sus mayores pasiones, la edición crítica, ya había sido puesta en
práctica con la edición de los cuentos inéditos de ciencia ficción de
Oesterheld, un proyecto que su autor tenía terminado al momento de su
desaparición y que el trabajo minucioso sobre sus papeles privados hizo
posible. Más allá de Gelo fue el resultado de esta labor de
investigación junto con Mariano Chinelli en revistas hoy inexistentes que
permitió que su producción narrativa dejara de permanecer oculta, lo cual
hubiera redundado en una injusticia más.
Con
ese mismo afán, comenzó a incursionar en la frondosísima obra oral de Borges,
un aspecto de su producción poco tenido en cuenta, que su monumental obra
cuentística y ensayística opacó, donde conjuga erudición con sencillez y que lo
acerca al gran público, muchas veces intimidado por la densidad conceptual de
su obra escrita.
Comenzó
transcribiendo las charlas que dio Borges sobre la dimensión histórica del
tango en El tango: cuatro conferencias, que modifican la idea instalada
acerca del prejuicio de Borges por este género compadrito y prostibulario.
En
Literatos y excéntricos, indagó en los ancestros ingleses de Borges, los
Haslam, la rama que hizo de su padre un librepensador y
anarquista, aquella que lo ligó indisolublemente al mundo del
libro y con la que se
identificó al ver al protestantismo más erudito y racional que el catolicismo
de la rama materna.
Con
Siete guerreros nortumbrios, se propuso acercar a los lectores a la
vertiente anglosajona de la literatura borgeana, a partir del desciframiento de
las figuras e inscripciones en sajón antiguo que están talladas en su lápida. Todo
un viaje al siglo V, donde Borges encontró una épica que le permitió construir
el culto al coraje con el que ligó esa vertiente con la Argentina del siglo
XIX.
En
los años 60 Borges ocupó la cátedra de Literatura Inglesa de la UBA y sus
clases fueron grabadas por sus alumnos y editadas por Hadis y Martín Arias,
después de un exhaustivo trabajo de investigación de las fuentes citadas. El
resultado es Borges profesor, un fascinante encuentro con el discurso
oral de uno de los mejores conversadores de nuestra literatura y una clase
magistral de literatura inglesa desde las sagas medievales hasta el siglo XIX.
Borges,
el misterio esencial
Célebres
son las conferencias e innumerables entrevistas y charlas que dio Borges a lo
largo de su vida en cualquier lugar adonde lo invitaran: escuelas públicas,
sociedades de fomento, bibliotecas barriales (y que cualquier argentino mayor
de sesenta años puede confirmar), lo que echa por tierra el elitismo del que se
lo acusó. Las conferencias que dio en distintas universidades norteamericanas
en el final de su vida, donde un público numeroso de estudiantes, profesores, traductores y
especialistas en su obra lo escuchó fascinado, es una muestra más.
Uno de sus mayores
interlocutores, Willis Barnstone, recopiló estas conferencias en Borges a
los 80, que Hadis, mientras estudiaba en Harvard, descubrió y, en el 2011 empezó
a trabajar en la traducción anotada. El
resultado es Borges: el misterio
esencial, ilustrado por Barnstone
con unas exquisitas fotos que acompañan cada capítulo, algunas de las cuales se
convirtieron en imágenes icónicas del escritor y que salió publicado el año
pasado.
El minucioso trabajo de traducción de estas
conferencias que el escritor dio en inglés, pone en primer plano el castellano
de Borges, ese registro tan particular con el que Hadis ya estaba familiarizado
por
haber editado las clases de literatura inglesa que había dado en la UBA en los
60, por lo que tenía entrenado el oído en el tipo de vocabulario que él usaba,
además de haberlo estudiado en profundidad. Sus conocimientos de filología y de
lenguas medievales hicieron el resto.
Leyendo estos textos, se advierte que el
escritor más intelectual de nuestra literatura parece haber encontrado en la oralidad
el espacio donde desplegar toda su erudición y encanto, aunque para él no hubiera
límites entre la oralidad y la escritura. Un criollo viejo, así lo define Hadis,
alguien a quien le encantaba conversar y lo hacía con quien quisiera
escucharlo. Su genialidad, nos dice este autor, reside en que lo hiciera con
gran sencillez y de ahí su proverbial modestia que no era falsa, sino real.
Estas charlas son una clase magistral de
literatura, pero muchas veces, responde lo que quiere. Siempre manteniendo un
tono de mucha cordialidad, evitando esas filosas ironías que lo caracterizan. Cuando
le preguntan por Cortázar, dice que lo único que leyó de él fue “Casa tomada”
por haber sido jurado de un concurso donde se presentó. Quizás, esta sorprendente
respuesta se deba a que su biblioteca se cerró para sus contemporáneos a mitad
de la década del 50, cuando quedó definitivamente ciego y no pudo leer más. Pero además, tiene que ver con una posición
estética: la lectura, para él, es relectura en la que buscaba más y más
capas a lo ya conocido.
Noé Jitrik se preguntaba, en algún trabajo
sobre Borges, por qué en Francia lo adoraban y según él, era porque los hacía
pensar, era su costado filosófico el que los deslumbraba. Para Hadis, el efecto
que producía en los lectores norteamericanos era de sorpresa frente a su vasta
erudición universal, esa formación medio inclasificable en que, por momentos
parecía un escritor renacentista, en otros, un místico del siglo XVI.
En su discurso, Borges utiliza una suerte de
estructura bipartita, en la que, la segunda parte atenúa lo que afirma la
primera. Pareciera una figura retórica y el efecto que produce es exactamente
el contrario. Por ejemplo, cuando dice, “Sí, creo que esa afirmación es
correcta, aunque sea yo quien la haya dicho” con lo cual, la primera parte
resulta realzada. O su inveterada humildad que deja a todos perplejos. (En
algún momento uno de sus entrevistadores le recrimina que “usa la modestia como
un arma”). Pero para Hadis, no es otra cosa que la máquina-Borges funcionando.
El hace una afirmación y en seguida la refuta. Toda su obra tiene, para este
autor, el mismo sesgo y considera que se deriva de su actitud frente a la vida.
Pero no sólo de literatura tratan estas
conferencias. Borges habla de sí mismo y de la Argentina porque se está
presentando, todavía no era el escritor reconocido universalmente que es hoy, y
entonces habla de cómo se siente en relación a su país, que está atravesando,
en ese momento, una nueva dictadura. Y lo hace desde una posición estética que
es conectar a la Argentina con lo universal (cosa que muchos contemporáneos no
entendieron y lo tildaron de extranjerizante). Es lo que en alguna de estas conferencias
llama “mis propósitos literarios sudamericanos”.
Y
su proverbial memoria, así como las imágenes soñadas que luego serían escritas y
tantos textos escuchados, tiene como fuente principal la herencia materna. Y de
eso trata el último trabajo de Hadis, de la edición crítica de las notas que la
amiga personal de la familia, Alicia Jurado, tomó en los últimos años de vida
de la madre del escritor, sobre sus recuerdos personales.
Memorias de Leonor Acevedo de Borges, recién publicado, recupera todo este material
al que su autor define como la precuela del célebre escritor.
Su protagonista, casi centenaria, nació en 1876
dentro de una familia cuyos apellidos se remontan a los principales personajes
de la historia argentina como Cornelio Saavedra, Miguel Soler o Vicente López y
Planes (el “tío Vicente”), así como a los integrantes de las principales
familias de la élite, de cuya pertenencia tenía plena conciencia, así como de
haber vivido una vida digna de ser contada. Basta con ver su frondoso árbol
genealógico -que el autor del libro incluye al comienzo y al final- para
confirmarlo.
El trabajo de edición de estas notas guardadas
sin orden cronológico, precisó de una minuciosa reconstrucción de los nombres
citados, de las fechas y lugares y de un rastreo de las genealogías de estos
personajes de cuatro apellidos, desde la mitad del siglo XVIII en adelantes. Un
trabajo que al autor le llevó una década de investigación a partir de diferentes
documentos, partidas de nacimiento y de defunción, notas en periódicos de la
época, anuncios, planos antiguos y fotografías, con los que reconstruyó para
los lectores actuales la Buenos Aires de fines del siglo XIX.
La importancia del entorno familiar en la obra
de Borges se hace explícita en las memorias de su madre quien describe con
mucho detalle los años de formación de sus hijos y que le provee los materiales
con los que construyó la topografía de las orillas, ese espacio imaginario único
en nuestra literatura.
La “materia de Buenos Aires” llama Hadis a esta
herencia materna que, junto con la herencia cultural paterna, la “materia de
Inglaterra”, conforman las dos grandes vertientes de su obra. Una obra plagada de
patios con aljibes, calles de tierra, faroles y caballos, inventada con los
relatos de su madre sobre esa Gran Aldea que era la ciudad que él tanto amó.
Recuadro
“Me
has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los
abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores -los patios, los
esclavos, el aguatero, la carga de los húsares del Perú y el oprobio de Rosas-,
…las compartidas claridades y sombras, … Madre, vos misma. Aquí estamos
hablando los dos, et tout le reste est littérature”.
Con
esta dedicatoria a su madre se abren sus Obras Completas, de 1974, el
famoso libro verde que se podía encontrar en algunas bibliotecas familiares por
aquellos años.
Pero
Leonor Acevedo de Borges fue bastante más que la madre de este escritor
devenido universal. Dueña de una erudición poco común para una mujer de esa
época, fue una refinada lectora, traductora del inglés y el francés, cuyo
trabajo estuvo consagrado al lucimiento de su marido y más tarde de su hijo. Una
“discreta colaboradora”, para la concepción de la época que, según cuenta Borges
en una entrevista radial, fue la que tradujo Un cuarto propio de
Virginia Woolf para la editorial Sur, a pesar de que la traducción lleva su
firma. Una “discreción” que no hace más que sostener ese lugar invisible del
trabajo intelectual de las mujeres.
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