martes, 29 de septiembre de 2015

Escritos a flor de piel

El sentido olvidado 
Ensayos sobre el tacto

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Pocos, muy pocos son los textos filosóficos escritos por un académico que no dejan afuera a los lectores profanos. El autor de estos ensayos (licenciado en Filosofía, magíster en estudios bizantinos y doctor en literatura comparada) lo sabe, por lo que se propuso compartir su objeto de investigación (y de deseo), que el trabajo académico, desde el mandato científico, no hace más que reprimir. El resultado es un texto erudito y de gran densidad conceptual que lejos de abrumar, invita a un encuentro gozoso con uno de los sentidos menos transitados por la teoría estética, el tacto.
El prólogo de José E. Burucúa nos introduce en el tema con ejemplos tomados de las artes plásticas, un aporte que, además de enriquecerlo, demuestra que el interés por esta forma de percepción existió siempre a pesar de que el oculocentrismo que la filosofía griega instaló en Occidente, con la supremacía de la serie: vista-luz-conocimiento, minimizó.
Partiendo de la idea del tacto como el umbral de la percepción a partir del cual conocemos el mundo y nos percibimos como materia viva –de hecho, es el primer sentido que se activa en el embrión y el único que un ser humano no puede perder-, desarrolla el concepto de lo háptico, una idea que viene de contacto, de simultaneidad en el afectar y ser afectado, que para la historiografía del arte parece ser el modo predominante en este siglo multimedial.
Es que el tacto no es un sentido, sino muchos, nos repite este autor tantas veces como fue pensado por la filosofía, empezando por Aristóteles (cúando no), pasando por Lucrecio y su poema filosófico De rerum natura al que le dedica un capítulo, donde relata el descubrimiento del manuscrito por el humanista Poggio Bracciolini como uno de los momentos más luminosos en la historia del encuentro entre un libro y su lector, en los umbrales del Renacimiento, una época marcada por la exacerbación del cuerpo, con los teatros anatómicos y la disección de cadáveres.
La apreciación estética, afirma, es un fenómeno afectivo que se manifiesta de manera háptica y si bien reconoce en la escultura y sobre todo en el cine el tipo de arte adecuado para esta crítica, paradójicamente, es en la literatura donde despliega sus mejores lecturas.
Si en los comienzos estaba Homero, es en su métrica, el hexámetro dactílico -llamado así porque semeja los dedos de la mano, esas zonas exquisitas de la pura sensorialidad, tanto como la oralidad, el medio por el cual la épica se transmite-, donde reconoce su naturaleza háptica. O en la novela decimonónica, producto de la revolución industrial con su consecuente multiplicación de bienes, el género que hace del detalle y el estilo indirecto libre, el modo de introducirse en los pliegues últimos de la subjetividad. Como un verdugo medieval, compara el autor, la novela devela capas, mientras, dialécticamente, roza la superficie.
Siguiendo por los caminos de la filematología, -algo así como el arte del besuqueo-, encuentra en esa práctica la frontera entre lo material y lo espiritual y describe el basium, una variedad de género poético en la que el beso, como la filosofía, deviene la forma más extrema de un diálogo, que prescinde del verbo pero no de la lengua, agrega el autor.
Y nadie como los franceses para reflexionar acerca del tacto. De hecho, fue un francés, Braille, el descubridor del método de lectura táctil y es su literatura cortesana la que exhibe el cuerpo atravesado por la pasión, en el primer encuentro sexual entre Lancelot y Ginebra que unos siglos más tarde le allanó el camino al libertinismo ilustrado. Y si de pura superficie se trata, verá en La metamorfosis de Kafka la historia de un cambio de envoltorio.

Valéry se preguntaba si hay algo más profundo en el hombre que la piel. Lo que este libro parece decirnos es que más allá de la piel no hay nada.

Publicado en diario Perfil, 27/9/2015

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