domingo, 10 de julio de 2022

Signos de civilización

 

En una feliz coincidencia, acaban de aparecer en nuestras librerías dos libros escritos por especialistas en la lengua: Cómo la puntuación cambió la historia, del académico noruego Bård Michalsen, publicado por la editorial Godot y las cartas prologales de Aldo Manucio (el primer editor moderno nacido con la imprenta), De re impressoria, seleccionadas por Ana Mosqueda y publicadas por la exquisita editorial Ampersand, en su colección sobre historia social de la cultura escrita. Ambos, elegantemente escritos, nos muestran los momentos históricos en que se produjeron los cambios en la escritura que hicieron de la humanidad los seres pensantes que hoy somos.

Cómo la puntuación cambió la historia nos cuenta, en forma muy amena, la historia de estos signos que sólo pudieron aparecer en momentos de alto desarrollo intelectual como el siglo III a C. con la fundación de la Biblioteca de Alejandría, el siglo VIII, con el Renacimiento Carolingio y el siglo XV con el Renacimiento italiano.

Conjugando filología, gramática y análisis del discurso, su autor describe los cambios en esa tecnología que apareció por primera vez en el año 3.500 a.C. en la Mesopotamia, en China y en Egipto, la escritura, como consecuencia de la necesidad de registrar los movimientos del incipiente comercio, hasta lo que hoy conocemos como textismo, el lenguaje escritohablado por millones de usuarios en las redes sociales que, en algún punto, reproducen la oralidad en la escritura, tal como la pensaban en la Antigüedad clásica y que en el chat reproduce formas prealfabéticas, como los ideogramas de la escritura semítica. 

Pero en algún momento, relata, se impuso la necesidad de distinguir ambas formas de expresión y fue en Alejandría, la capital intelectual de la Antigüedad, donde se desarrolló el primer sistema de puntuación, gracias al bibliotecario y tutor de los hijos de la élite, el erudito Aristófanes. El fue quien puso el primer punto en un texto escrito e introdujo la coma, dándole mayor precisión al lenguaje, dotándolo de ritmo y una entonación que permitió, poco a poco, la lectura silenciosa y, por lo tanto, una relación mucho más personal del lector con el texto.

Esto, que fue consecuencia de un largo proceso, terminó con la scriptio continua, la forma en que se copiaban los rollos y manuscritos, enteramente en mayúsculas, sin separaciones, a los que sólo podía acceder alguien que tuviera la capacidad de leerlos en voz alta, fijando, para todos, el sentido del texto.

Cinco siglos más tarde, en la corte del emperador Carlomagno (un gran lector de textos en griego y latín, pero que estaba incapacitado de escribir una oración completa), el monje y pedagogo Alcuino emprendió una “cruzada” cultural de alfabetización masiva, encargando cantidad de copias de textos clásicos en los scriptoria y creando las minúsculas carolingias que permitieron la inclusión de los signos de puntuación, como el de interrogación, una de sus grandes innovaciones.

Es que los signos de puntuación, subraya el autor del libro, son la respiración del idioma: marcan el pulso de cada lengua, dan coherencia al texto, desambiguan el sentido y transmiten los sentimientos de quien lo escribe.

 

Aldo Manucio, el primer editor moderno

Y fue con la revolución que produjo la imprenta, a mitad del siglo XV, con la que se impuso la necesidad de estandarizar la puntuación. Y el momento para la aparición del oficio de editor como lo conocemos hoy, junto a Aldo Manucio, un verdadero hombre del Renacimiento, traductor, pedagogo y tipógrafo, que potenció los alcances del invento de Gutenberg y lo convirtió en un proyecto editorial con el que llegó a publicar ciento treinta títulos.

La primera coma impresa salió de su taller y entre sus muchas innovaciones, incluyó el punto y coma, que unía y separaba dos ideas vinculadas. De su proyecto editorial da cuenta De re impressoria, el trabajo donde se traducen por primera vez algunos de los prólogos de los textos que este prolífico humanista recuperó, tradujo, reconstruyó y editó a lo largo de veinticinco años.

Sus cartas prologales son, para la autora de este trabajo, un verdadero campo de batalla filológico en el que Aldo Manucio explicita su proyecto editorial, publicita sus productos, construye su lugar como el mejor editor de su época, se pelea con la competencia en un mercado que estaba en ciernes, ruega a los poderosos por ayuda económica y dialoga con los lectores estableciendo un pacto de lectura, un concepto absolutamente moderno que él parece encarnar y que incluye al lector a la hora de interpretar los textos. Un cambio revolucionario que había comenzado con la publicación en alemán de la Biblia de Lutero por Gutenberg, que terminaba con el monopolio de la lectura canonizada por la Iglesia católica.

Formado, desde muy joven, en las primeras imprentas (donde llegó a conocer a Gutenberg) se propuso llevar adelante un proyecto cultural, comercial e industrial que aprovechó los recursos que los profesores de griego exiliados en Italia por la caída de Constantinopla le dieron a la generación de humanistas, de la que él fue uno de los principales protagonistas.

Aristóteles, Hesíodo, Virgilio, Horacio, Juvenal, Catulo, Tucídides, Sófocles, Homero, Esopo, Eurípides, Píndaro, Platón, Julio César, Cicerón, Lucrecio y los principales gramáticos griegos de su época forman su fondo editorial pensado en función de la educación de sus lectores en la cultura clásica que el Renacimiento puso en foco. Muchas de estas ediciones fueron bilingües con ese mismo propósito.

Pero recuperar textos clásicos no era lo único que le importaba. Aldo Manucio entendió, quizás, antes que nadie, que los libros debían ser disfrutados y para eso introdujo una serie de innovaciones que los convirtieron en lo que hoy son.

Creó caracteres más elegantes y amables para la lectura, como la cursiva. Tuvo especial cuidado en corregir la ortografía y la puntuación, con el fin de ofrecer un producto de calidad. Recordemos que los manuscritos eran copiados a mano a lo largo de los siglos en los que el latín fue desvirtuándose hasta convertirse en las lenguas romances, por lo que el idioma en el que los copiaban no estaba estabilizado. Insertó el índice y el número de página para hacer más clara la lectura. Y para comodidad de los lectores no eruditos (un nuevo nicho que tuvo la perspicacia de descubrir) inventó el libro de bolsillo, con un formato que permitía trasladarlo, cómodamente, a cualquier lugar.

Una nueva escena de lectura aparecía con lectores ávidos de entretenimiento, de información accesible y de una educación refinada.

En Comentarios a la guerra de las Galias de Julio César, incluyó mapas a color, referencias de los lugares citados y explicaciones históricas para mayor conocimiento de los estudiantes.

En sus cartas prologales Aldo Manucio construye para sí la figura del héroe, salvador de la cultura clásica y se compara con Hércules, Sísifo o Pisístrato, quien reunió y ordenó los fragmentos de la Ilíada y la Odisea. Pero además, era un trabajador incansable y obsesivo que se sentía propietario de los textos que publicaba por haberlos encontrado, mejorado, por haber estudiado a fondo a sus autores y, sobre todo, por haber cotejado todas las versiones existentes. Un trabajo con el que se ganó un lugar de autoridad, cuyo sello editor tuvo como programa recuperar la cultura griega, dotando a sus lectores de los instrumentos para su aprendizaje como diccionarios, gramáticas (una de las cuales es de su autoría) y textos de filosofía y literatura.

Hijo de su época, con una nobleza culta que atesoraba en sus bibliotecas muchos manuscritos, tuvo a su disposición grandes mecenas que enviaban a los profesores venidos del Este que dominaban el latín, el griego y el hebreo (estos últimos dos idiomas se habían vuelto casi desconocidos en Occidente) a buscar manuscritos por Europa y a grandes traductores, entre los cuales estuvo Erasmo de Roterdam.

Aldo Manucio era consciente de que estaba creando lo que hoy llamamos un mercado editorial y de que había público para el consumo de textos eruditos, por lo que se dedicó a conquistarlo. Y en el camino, nos dejó uno de los impresos más hermosos del Renacimiento, el Sueño de Polífilo de Francesco Colonna. Una verdadera obra maestra del arte de la edición, con xilografías y grabados en madera, que tuvo mucho éxito en los siglos siguientes, donde se lo tradujo a varias lenguas. Junto con el libro de bolsillo, uno de sus más bellos legados.

 

Entrevista a Bård Michalsen

 

-  ¿En esta Babel que era el Mediterráneo en la Antigüedad, no fue la traducción lo que impulsó el desarrollo de la puntuación?

Lo que promovió el desarrollo de los signos de puntuación creo yo, fue la necesidad de tener una manera de comunicarse de una forma efectiva y precisa y por supuesto, mientras más textos tuviesen que ser traducidos, más importante resultó la puntuación.


-  ¿Considerás que sólo los pueblos económicamente prósperos son los que han producido cambios significativos en el lenguaje?

En cuanto al desarrollo de la puntuación, hace unos 1000 o 2000 años, los intelectuales (que formaban parte de la clase dominante) fueron jugadores muy importantes, pero, en cuanto la lengua en general, el lenguaje de la calle se desarrolla antes y de forma más rápida y eficaz.


-  ¿Qué pasa con la resistencia lingüística de los pueblos dominados en la evolución de una lengua?

Muchos creen que “todo solía ser mejor, incluso el lenguaje”. Pero es obvio que el lenguaje es un organismo vivo, siempre desarrollándose, y con ustedes (?) es más activo. La sociedad cambia y el lenguaje también.


-  Para Occidente, el modelo supremo de civilización parecían ser los griegos (que, paradójicamente, no utilizaron signos de puntuación) y, a pesar de haber sido conquistados, su idioma perduró a través de los siglos en la mayoría de las lenguas occidentales. ¿A qué se debió esto?

Realmente, no estoy seguro. Lo que podría ser parte de la respuesta es que las naciones occidentales siempre han admirado la antigua sociedad griega, sus desarrollos en todas las áreas del pensamiento, incluido su lenguaje.


-  ¿Cuál fue la causa de la inclusión de las vocales en el alfabeto griego? (que luego fue tan importante para el desarrollo del pensamiento abstracto).

La verdad es que no creo saber lo suficiente como para responderte.


-  Según la lingüística, los signos de puntuación son mucho más que pausas o ritmo y entonación. Son fonemas, por lo tanto, permiten distinguir significados. En función de esto ¿cuál de los dos criterios para su uso -el gramatical o el retórico- es el más adecuado para vos?

Lo que yo creo: los dos. Necesitamos las reglas gramaticales, pero deberíamos usar sabiamente esas reglas, sin descuidar la sonoridad del lenguaje. Como Picasso debió haber dicho: “Aprendé las reglas como un profesional, así podés romperlas como un artista”.


-  Como bien describís en un capítulo, el chat está más cerca de la oralidad que de la escritura. Incluso hay diálogos enteros que prescinden de texto y utilizan imágenes como emojis, stickers o memes, pero también se generan muchos malentendidos. ¿Este ideal de la comunicación transparente que se planteaban los impulsores de los signos de puntuación es posible?

Lo que es cierto, es que el lenguaje, incluso el escrito, es un organismo vivo, siempre cambiando. Con los emojis, lo que vemos es que son signos muy populares en las redes sociales y en los canales de chat (como whatsapp). Un tipo de estilo escritohablado se ha desarrollado: el textismo. Pero, a pesar de su éxito actual, yo creo que los emojis no jugarán un rol vital en un futuro en la escritura profesional como los diarios, la academia, las escuelas o las empresas.


-  Hace muchos años, la ciencia ficción imaginó un futuro donde los humanos se comunicarían por telepatía, por lo tanto, sin necesidad de lenguaje oral ni escrito. ¿Podríamos considerar esto un avance o un retroceso para la civilización?

¡Ja ja! Personalmente, creo que eso resulta un poco aterrador.

Publicado en La Capital de Rosario, 10/7/2022

 

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