domingo, 3 de julio de 2022

Haroldo Conti, periodista

Este libro es el resultado de un trabajo de investigación llevado adelante por Ediciones Bonaerenses, un sello creado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires durante el fatídico año 2020, con un doble propósito: hacerle lugar a nuevas voces y rescatar textos olvidados o inéditos de autores imprescindibles de nuestro campo cultural.

Así es como acaba de publicar En prensa. 1955-1976, de Haroldo Conti, un volumen que compila sus colaboraciones en la prensa escrita, algunas entrevistas que dio e intervenciones sobre política cultural que dan cuenta de una obra en la que literatura e ideología confluyen sin perder, ninguna de las dos, su especificidad.

El trabajo trasciende el mero homenaje (que muchas veces sirve para cristalizar una figura) y recupera su producción periodística, una operación crítica muy necesaria que enriquece la lectura de una obra narrativa que, a pesar del reconocimiento que logró, no ha sido lo suficientemente valorada.

El prólogo está a cargo de un especialista en la obra de Conti, Juan Bautista Duizeide, casi un “personaje” del universo contiano (vive en una isla del Tigre, es piloto de la marina mercante, escritor y periodista cultural) con quien conversamos sobre este escritor fundamental de nuestra literatura.

 

¿Cómo fue el trabajo de investigación para la edición del libro?

El trabajo de investigación estuvo a cargo de un equipo de la editorial, formado por Guillermo Korn -que lo dirigió-, Agustín Arzac y Oliverio Coelho. De entrada, tenía como objetivo buscar más allá de lo conocido y ya publicado en libro, rastreando más allá de las fuentes habituales: la revista Crisis, la revista Nuevo Hombre, el Informe sobre Trelew del grupo Barrilete de Roberto Santoro. Así se logró un corpus más completo y amplio del Conti periodista, aunque es posible por la misma forma dispersa de su inserción en el oficio que otros textos hayan quedado afuera. Yo fui convocado para escribir el prólogo y aporté también la idea de no limitarnos a los textos producidos por él, sino sumar algunas entrevistas de las tantísimas que le hicieron. Me parece una buena forma de mostrar cuánta presencia tenía Conti en el sistema literario y mediático argentino, y cómo operaban las desapariciones de escritores: alguien que había llegado a salir en la tapa de la revista Gente como una de las “personalidades del año”, tras ganar el premio Herralde de novela con En vida, dejaba de tener presencia en los medios, en las discusiones, en las librerías. También creo que contribuye a mostrar al Conti articulador de mundos diversos, una de las razones por las cuales fue blanco temprano de los perpetradores del genocidio reorganizador, especialmente interesados en quebrar esas articulaciones, según explica Daniel Feierstein en El genocidio como práctica social.

Conti pertenece a una generación de escritores, periodistas e intelectuales con una gran formación política que le permitía producir metonimias (como por ejemplo, hablar de una isla abandonada como metáfora del saqueo económico) con gran maestría en el uso del punto de vista y del trabajo con la oralidad. ¿Conti es uno de los mejores cronistas de la Argentina?

No me arriesgaría a mencionar a Conti como uno de los mejores cronistas de la Argentina, dado que no ejerció una práctica tan constante y sistemática de ese género como sí lo hicieron Rodolfo Walsh, Enrique Raab, Ana Basualdo o Sara Gallardo. Sí es cierto que una especial capacidad de escucha, de mirada, de elección y desarrollo de un punto de vista le permitieron escribir una crónica de antología como es Tristezas del vino de la costa o La parva muerte de la isla Paulino. Alguna vez Aníbal Ford -que fuera su secretario de redacción en Crisis y amigo- se refirió a los tanteos etnográficos de Conti. Me parece que es una marca de época presente en Walsh también, tal vez relacionada con los trabajos del antropólogo Oscar Lewis, y con aquel interés, que no sólo viene de Eric Hobsbawm y Roberto Carri, por los mártires, los héroes, los bandidos populares, algo tan presente ya en un cuento temprano como es “Marcado”. Añadiría a esa afirmación de Ford que Conti era una especie de etnógrafo salvaje. No tan formado en un método, sino con una capacidad especial para relacionarse con los territorios: sabía qué preguntar a quiénes, cómo hacerlo, dónde mirar. Tenía una vinculación muy fuerte con los mundos del trabajo, con las herramientas, con los oficios y los lenguajes específicos vinculados a ellos. En tal sentido, parece un escritor norteamericano de la generación perdida, o uno de aquellos escritores italianos que, en pleno auge del fascismo, veían en esa actitud vital de los norteamericanos una forma posible de resistencia. Tales cualidades las aplicó sobre todo a su narrativa de ficción, algo notable en su primera novela: Sudeste.

Vos hablás en el prólogo del viaje como un motor de su escritura. ¿Ese estar en el camino es un viaje metafísico, es un modo habitar el mundo, de leerlo?

El viaje es central en Conti. Pero no es unívoco. Sobre todo, no es mero desplazamiento por el espacio. Los viajes en Conti -salvo el viaje a la Antártida, acerca del cual, paradójicamente, escribió poquísimo- suelen ser parcos en distancia, pero muy ricos en detalle y en intensidad. Irradian sentidos. Y son a su vez el correlato físico del destino humano según la figura del Homo Viator, de especial presencia en el existencialismo cristiano: la humanidad como forastera en la tierra, sólo de paso por ella. De esa perspectiva nace la nostalgia que impera en la escritura de Conti: todo se está yendo todo el tiempo, y escribir es un intento de salvar del olvido personajes, historias, lugares. Aunque con la certeza de que se trata de una batalla, a la larga, perdida.

La materialidad de los objetos en sus textos, sobre todo, los que tienen que ver con el mundo del trabajo (en eso es un marxista consecuente), vos la vinculabas a su mirada cinematográfica. ¿En eso se lo podría relacionar con Saer, a pesar de las grandes distancias en cuanto a proyecto estético?

Efectivamente creo que ese énfasis contiano sobre los objetos como núcleos narrativos, como nodos en los que se entrelazan las historias y la Historia se vincula con su formación cinematográfica. Formación que era, en aquella época, predominantemente neorrealista. Pero es muy original ese tratamiento de los objetos y también se vincula con las lecturas del Nouveau roman u objetivismo francés, bastante bien representado en la colección Anaquel de Fabril Editora, donde Conti publicara Sudeste: Michel Butor, Nathalie Sarraute, Claude Simon. Lecturas comunes a Juan José Saer, que también hizo de ellas una asimilación sumamente original. No creo que sus proyectos estéticos fueran, sobre todo en un principio, tan divergentes. Esa interfase entre prosa y poesía que es una forma distintiva de escritura. Esa vinculación, desde la narrativa, con Juanele Ortiz, también. Hay un texto muy conocido de Beatriz Sarlo en el cual señala que Rayuela era la novela que todo el mundo literario esperaba -editores, críticos, lectores, académicos- mientras que nadie, salvo sus amigos de Santa Fe, esperaban la primera novela de Saer. Portadora de innovación y núcleo de un proyecto narrativo a desarrollarse en lugar de culminación como era Rayuela. Algo análogo podría afirmarse de Sudeste. A tal punto desorientaba su novedad, que podía a un mismo tiempo ser celebrada por los adeptos del realismo, presentarse un adelanto de ella en la revista Sur y ser leída con interés por los jóvenes de la incipiente nueva izquierda. Ningún rótulo de los que estaban disponibles alcanzaba a contenerla.

La autonomía relativa de Conti respecto del espacio político en el que militaba, el P.R.T., y su prensa partidaria ¿es lo que le permitió alcanzar esa maestría en sus crónicas?

Quizás sea válida esa definición por la negativa. En el P.R.T. no hubo una inserción de los intelectuales en su prensa partidaria como sí la hubo en Montoneros, sobre todo con el diario Noticias, donde trabajaban Walsh, Urondo, Gelman, Bonasso entre otros. Con lo cual Conti se habría mantenido a salvo de urgencias, tensiones, confusiones entre lo que es el periodismo y lo que es la propaganda. Pero me parece más determinante la capacidad de sintonizar con los mundos populares.

Conti fue parte de un proceso histórico, la revolución cubana, los 60 y los primeros 70, que obligó a sus intelectuales a una toma de posición clara, y frente a la cuestión tan en boga por aquellos años del compromiso, él dice que escribir es asumir un compromiso con la vida, que la literatura tiene que ser un modo de penetrarla. ¿Esta es la causa por la que su literatura (y las crónicas, definitivamente, lo son) no envejeció?

Conti fue muy consciente respecto a la forma de ese compromiso, y muy claro en su enunciación, sobre todo en una de las últimas entrevistas que le realizaron, la que formaba parte del proyecto de retrato cinematográfico de Roberto Cuervo. Para él, si iba a fondo con un territorio, con su lenguaje, con sus historias, el drama político profundo emergería, sin necesidad de imponérselo como un deus ex machina, sin ceder a la tentación de juzgar o de bajar línea. Eso se cumple en toda su ficción, lo político está absolutamente entrelazado con las vidas y problemas de sus personajes, con su lengua. Incluso en las ficciones más decididamente políticas, como pueden ser los cuentos “Con gringo” o “Cinegética” y la novela Mascaró. En algunos de sus textos periodísticos, y más aún en sus declaraciones, sí se permite ser a veces muy explícito en cuanto a sus alineamientos políticos. De modo especialmente dramático en “Una misma sangre” -incluido en el Informe sobre Trelew realizado a dos años de la masacre por el grupo Barrilete-, en él llega a plantear la inutilidad de la literatura, a pesar de lo cual, por suerte, siguió escribiendo ficción hasta el último día.

Hablando de recuperar, me gustaría recuperar la figura de su compañera, Marta Acuña, que aparece en varios textos como colaboradora, compartió viajes, trabajo y la tragedia del secuestro del escritor, porque, no es la primera vez que las mujeres que comparten el arriesgado trabajo intelectual quedan invisibilizadas. (Y el caso de Enriqueta Muñiz y Walsh es un ejemplo). ¿Cuál fue el papel de ella en el trabajo de Conti?

Tanto la intervención de Enriqueta Muñiz en las investigaciones que darían lugar a Operación Masacre como sus diarios me parecen de una importancia inmensa. Resulta un aporte fundamental para comprender aquellos trabajos, aquellos riesgos, comprender la época y al mismo Walsh. Y, sobre todo, comprender qué grados de inserción podía llegar a tener una mujer entonces. Pero me gustaría ser cuidadoso y no hacer generalizaciones ni extrapolaciones. Creo que al menos en parte la invisibilización de Enriqueta Muñiz fue voluntaria (aunque en ella pesen mandatos y lugares sociales predeterminados). Y me parece fundamental cruzar la condición de mujer con la condición de clase. No eran invisibles las mujeres en la cultura argentina -por más machista que esta fuera o sea incluso hoy-, sino las mujeres de ciertas clases sociales. Otras no: pensemos en Victoria Ocampo, en Silvina Ocampo, en María Rosa Oliver, en Salvadora Onrubia, en Norah Lange… A su vez, me parece distinto el momento en que Enriqueta Muñiz trabaja codo a codo con Walsh con el momento en que Marta se suma a los trabajos de Conti. Me parece que a mediados de los setenta ya había toda una serie de intentos de incorporación vinculados a otra mirada sobre las mujeres, aunque todavía muy incipiente en la nueva izquierda. Y de algún modo también pesaba en la relación la diferencia de edades -Marta había sido alumna de Haroldo en un bachillerato para adultos-, de experiencias, de prácticas; mientras que la relación Walsh – Enriqueta Muñiz me aparece como más entre pares. Sí fue Marta una figura fundamental en la denuncia inmediata de la desaparición, en la búsqueda, en la difusión de lo sucedido y en los reclamos a nivel internacional.

Publicado en La Capital de Rosario, 3/7/2022

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