Presentación de Las moradas
De visita en la Argentina -su
país de origen, del que se exilió junto con sus padres, en 1976-
para presentar su último libro de relatos, Las
moradas, Nicolás
Cabral revela la cocina de su escritura y el tipo de experiencia de
lectura que intenta provocar para desacomodar al lector, a través de
la elaboración de un lenguaje que en su dimensión constructiva
conjuga arquitectura y literatura, sus dos oficios.
Dos epígrafes abren el libro:
uno de Santa Teresa de Jesús y el otro de Lacan, que anuncian el
territorio de estos cuentos: la casa, el ser y el lenguaje y que su
autor define de este modo: “La morada, bueno, es el lugar que se
habita y habitar significa familiarizarse con un espacio. Sin embargo
las propuestas de los relatos pueden o no ser habitadas por el
lector, entonces se trata de hablar de personajes que habitan ciertos
espacios en situaciones que los han extraído de su cotidianeidad. Lo
que yo quería también es que el lector se relacione con el lenguaje
de otra manera.”
El narrador del primer cuento es
el último hombre y allí se describe un espacio vacío de lenguaje,
donde el silencio se escucha hasta hacerlo enloquecer y que él corta
o escande con las piedras que arroja sobre los vidrios. El mismo
escenario de la devastación que se repite en otros cuentos: futuros
distópicos, donde las sociedades han implosionado bajo el peso de su
propia degradación y que parecieran estar hablando de un escenario
latinoamericano, aunque para su autor: “Desde el punto de vista
narrativo sí hay una voluntad de pensar qué ocurre en esas
circunstancias con un personaje y sobre todo qué puede pasar con el
lenguaje en esas circunstancias. Tú mencionabas las piedras que
lanza el personaje de Las
moradas y el relato
también está construido con frases cortas, escandidas que son un
poco esas pedradas. Lo que hay son como reverberaciones entre lo que
se narra y cómo se narra.”
Y el espacio es un protagonista
central: algunos son abiertos, ilimitados, sin forma y otros,
claustrofóbicos como el cubo de 8 m³ en el que un personaje se
recluye como forma de controlar el caos; la jaula donde está
encerrado el sujeto de “La pajarera”; la habitación donde viven
reptando los personajes de “En la penumbra” o la cama donde yace
el protagonista de “Ausencia”. “Creo que lo central es la
relación del personaje con el espacio antes que el espacio en sí.
Porque de alguna manera, si uno piensa que también a través del
lenguaje nos familiarizamos con nuestro entorno (y los dialectos son
la expresión de esto) lo que hay son experimentos sobre esos
vínculos, tratando de encontrar procedimientos para cada tipo de
imagen.”
Muchos de los cuentos
constituyen ficciones políticas: proyecciones futuras de tendencias
actuales como la rebelión infantil y los modos de represión en
“Cuadernos” o dictaduras militares y democracias militarizadas
como en “La pajarera”. En cualquiera de los dos casos, de una
sordidez extrema que no necesariamente reflejan su lectura de la
realidad. “Yo diría que la literatura trabaja la política en
otros términos. En estos casos yo posteriormente, lo que pude ver es
algo que decía Kafka, que la literatura es un reloj que se adelanta
y de alguna manera lo que uno cree imaginar a veces termina pasando o
muchas veces ya pasó, entonces yo creo que es más bien esa
realidad la que se infiltra en el imaginario.”
Dos cuentos sin embargo se
diferencian de esta temática, uno de ellos, “La palabra”, una
suerte de policial donde un escritor amateur encuentra en un
manuscrito del profesor B. la clave de lo que lo llevó a la muerte:
la búsqueda de la última palabra, la definitiva, que es la palabra
“fin”. ¿Un ajuste de cuentas con Borges?
“Sí,
definitivamente. Es un juego desde la admiración. Yo diría que hay
un ejercicio paródico pero no en el sentido de burla, sino en el de
volver a decir con otra voz lo mismo.”
El otro es “Superficies”, una mirada propia sobre la novela
objetivista. “Es algo parecido a esta idea de la experiencia de la
realidad a partir de una mirada puramente objetual pero de nuevo, hay
un giro hacia algo que Robbe-Grillet no hacía. Es pensar que los
procedimientos se pueden llevar también hacia otra parte, en este
caso, hacia una salida fantástica.”
Como argentino hijo de
exiliados, creció en el ámbito de la cultura argenmex, pero no
considera que la historia política de sus padres haya impactadado en
su escritura. “Yo creo que influenció mucho más la biblioteca
familiar donde convivían los clásicos del marxismo junto con Borges
o Di Benedetto, que la historia política de mis padres. Su
generación tenía una cultura muy heterodoxa y en algunos casos, la
militancia no impedía entender que Borges podía ser políticamente
lo que fuera pero que la obra había que leerla por otros motivos.”
Y a pesar de haber crecido en el
entorno nostálgico del exilio “he buscado en mis libros que las
marcas de época estén diluídas, que la lectura se oriente al texto
más que al contexto. La idea es hacer de mis relatos una cosa
desterritorializada.”
Publicado en diario Perfil, 18/6/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario