Reflexiones sobre Christa T.
Una inquietud atraviesa este relato:
la de alcanzar el conocimiento de una persona en “el intento de
volverse una misma”. Y la autora, que comparte con la protagonista
nada menos que el nombre propio, deja asentado en las primeras
páginas que su personaje es ficticio y que fue construido a partir
de fragmentos de diarios íntimos, cartas y papeles personales, una
elección que, además de inscribir al personaje en la serie
literaria, le permite acercársele hasta lograr que se le revele.
Con una prosa que hace de la elipsis
su principio constructivo y de poderosas imágenes visuales, el
origen de las escenas recordadas, la narradora reconstruye la corta
vida de su amiga, Christa T., en el intento de capturar la fugacidad
de una vida que una impiadosa enfermedad le impidió compartir y que
a través de la escritura se propone despedir.
Los años de la adolescencia en los
finales del nazismo, los de juventud en los comienzos de una Alemania
partida en dos mundos irreconciliables y los de la revelación de
todo lo perverso que podía esconderse detrás de las palabras
transformadas en consignas, son el espejo donde la narradora mira a
su amiga mirándose a sí misma (y la oscilación deliberada entre la
primera y la tercera persona da cuenta de esta indeterminación) y
como en un laberinto de espejos, descubrirla en sus manuscritos y
recrearla.
Si hay un color para la tristeza,
seguramente es el azul “pálido y familiar que sólo parece
pertenecernos a nosotros”, que la narradora reconoce en el cielo de
la campiña alemana como en viejos cuadros conocidos, el color que
tiñe la paleta de esta extraordinaria narradora capaz de transformar
el duelo en una obra de arte.
Publicada en diario Perfil, 2/7/2017
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