domingo, 15 de septiembre de 2024

La ficción del ahorro

 La ficción del ahorro

 

            Estamos en el fatídico verano que comenzó en diciembre de 2001 y la protagonista de esta novela se encuentra en la bóveda de un banco de la ciudad de Posadas junto a su “segundo padre” como llama amorosamente al marido de su madre, para retirar los ahorros de la pareja, lo que implica la puesta en práctica de un trabajoso mecanismo para evitar las miradas de curiosos y posibles ladrones. La escena, una de las más emblemáticas de la historia de las crisis económicas de nuestro país, dispara en ella una serie de reflexiones y organiza el relato (que se podría poner en relación con la novela El grito de Florencia Abbate, escrita mucho más cerca de los acontecimientos) alrededor de un tema que por incómodo y culposo para nuestra clase media, la dueña de “la opinión pública”, es casi un tabú: el dinero, no como abstracción sino en su dimensión material. Y la protagonista, saliendo del banco “forrada en dólares” y sintiendo cómo los fajos de billetes resbalan por su cuerpo transpirado exhibe todo el peso de lo que esta abstracción encubre.

            “La mierda económica” llamaba Marx a ese objeto que mueve al mundo y que sostiene los hilos de la dinámica familiar, en las incontables competencias fraternales por recibir los favores monetarios de la madre y que, descubre, no entra en las preocupaciones diarias de sus compañeros de sociología de la UBA, muy comprometidos con la revuelta popular. Como parece no entrar en las categorías de esta disciplina, urbana y porteñocéntrica, la realidad del “interior del interior”, la de aquellos barrios donde las casas de cemento, como la de la protagonista, son una excepción.

            La tensión entre el ahorro y el gasto, así como entre ser de Capital o de provincia, entre pobreza urbana y rural organiza este texto en el que su autora despliega una suerte de mirada bizca, sin fascinación por la gran ciudad ni añoranza por el terruño, y donde descubre, en las muertes inexplicables y de las otras, la violencia que, como las crecidas del río Paraná, pero también las jornadas sangrientas del 19 y 20 de diciembre, se lleva puesto todo a su paso.

            “Toda literatura es provinciana. La literatura es provincia, tierra de vencidos” nos recuerda Luis Chitarroni desde el epígrafe. Y frente a una narrativa actual que describe los altibajos de un viaje alrededor del ombligo, esta novela aborda, magistralmente, y desde los ¿márgenes? todo lo que hacemos para ganar, gastar, ahorrar y perder ese bien que, como la vista de cadáver, nos atrapa y repele a la vez.

Publicado en La gaceta literaria, 15/9/24

domingo, 8 de septiembre de 2024

Freud en Bloomsbury

 Freud en Bloomsbury


 

           Comenzaba el siglo y en Inglaterra, con la muerte de la reina Victoria, terminaba una época. La universidad de Cambridge, dispuesta a destronar a Oxford, impulsó la creación de un grupo que se convertiría en la crema de la avanzada cultural universitaria, los “Apóstoles”. En él ingresaron los miembros de dos familias tradicionales compuestas por grandes eruditos: los Stephen (de la que Virginia Woolf fue el más notable) y los Strachey. Habituados a las tertulias y al intercambio de ideas, ampliaron su círculo y lo trasladaron a la casa de los hermanos Stephen, quienes se habían mudado al barrio de Bloomsbury, dando origen a este mítico grupo que transformó, durante los locos años 20, a esta zona, en el epicentro de la movida intelectual de vanguardia.

            Y lo que la universidad vedaba, el ingreso de las mujeres, este ambiente lo propiciaba, dando lugar a la participación activa de jóvenes interesadas en los mismos asuntos que sus pares varones: la oposición a la guerra, la política y el socialismo, la pintura postimpresionista francesa, la experimentación en la literatura y la liberación sexual.

            Leonard Woolf, Lytton Strachey y su hermano James, el introductor del psicoanálisis en el grupo, las hermanas Vanesa y Virginia Stephen, Betrand Russell, John Maynard Keynes, entre otros y otras, subieron la vara intelectual inglesa al abrir las fronteras de su tradicional sociedad a los cambios que venían de la convulsionada Europa.

            En ese clima, James Strachey, junto a su esposa, la filóloga Alix Sargant-Florence, especialmente interesados en la novísima teoría psicoanalítica, emprendieron su estudio sistemático de la mano del mismo doctor Freud, primero como pacientes, luego, como psicoanalistas, pero, sobre todo, como traductores y exégetas. Así comenzó una de las sociedades intelectuales más prolíficas de la época, al ingresar la obra freudiana y aquellos que más tarde fueron referentes en la disciplina, en el mundo anglosajón, cuando la editorial de Leonard y Virginia Woolf, Hogarth Press, se hizo cargo de su publicación, lo que ayudó a preservarla de una casi segura extinción, junto con el mundo que el nazismo barrió, el de la Mitteleuropa.

            Juntos, y en vida de su maestro, fueron habilitados por él para la transcripción al inglés de sus obras, y tres décadas más tarde, emprendieron la monumental edición crítica de su obra completa en 24 tomos, la Standard Edition, en la que trabajaron durante veinte años, el mejor legado que el grupo de Bloomsbury nos podría dejar.

Publicado el 8/9/24 en La gaceta de Tucumán