miércoles, 21 de junio de 2023

Entrevista a Osvaldo Baigorria

 Un barroco de trinchera


A 30 años de la muerte de Néstor Perlongher, uno de los poetas y activistas contraculturales más consecuentes del panorama argentino de los 80, su amigo Osvaldo Baigorria, el destinatario de un intercambio epistolar que se mantuvo a lo largo de una década, sorteando las requisas de los servicios de inteligencia, decidió publicar por la editorial Blatt&Ríos las cartas que fueron encontradas azarosamente en la cabaña donde vivía por aquellos años, en el norte de Canadá.

El resultado es un riquísimo material literario, biográfico y bibliográfico y una muy buena ventana a la poética de Néstor Perlongher, que se puede reconocer en todos los géneros en los incursionó, incluido la escritura de cartas.

Las notas al pie lo ubican en su contexto, reponen datos bibliográficos y recuperan parte de su biografía política, en la que se destaca como un personaje incómodo, tanto para el Frente de Liberación Homosexual, donde militó, que lo consideraba de ultraizquierda, como para el trotskismo universitario, insensible, a fines de los 60, a la problemática de género.

En diálogo con La capital de Rosario Osvaldo Baigorria recuerda los años en que la utopía podía ser hallada en una comunidad hippie o en la periferia de una megalópolis como San Pablo, para alguien como Perlongher.

 

- En el prólogo a Un barroco de trinchera, contás que muchos años después de la primera publicación de las cartas de Perlongher por la editorial Mansalva, encontraste 16 cartas más. ¿Qué significó para vos ese encuentro con ese material literario y afectivo?

Recibí la noticia con mucho asombro, cuando un familiar que había viajado a la comunidad donde viví en Canadá, visitó a mi ex pareja en la cabaña donde habíamos vivido y me cuenta que allí habían quedado fotos, materiales y cartas, entre ellas, cartas de Perlongher. Después, en un viaje que hice para visitar amigos y viejos afectos, encontré todos estos materiales en una valija de cuero y fue como leerlas por primera vez.

- A la profusa literatura escrita sobre la última dictadura y la posdictadura, creo que le faltaba la mirada de cómo se vivió este período dentro del espacio LGBT. ¿Sus cartas pueden ser leídas como una crónica de este momento histórico desde ese lugar preciso?

Sí, por supuesto que pueden ser leídas así. En general, todo lo que se ha escrito sobre este espacio en ese período tiene que ver con los “años del destape” o con la problemática de género y si bien Perlongher era sensible a cuestiones puntuales de la discriminación, tenía una mirada muy personal y muy política. Sus reclamos no estaban reducidos a un pedido de tolerancia, a una defensa de los derechos civiles, él era un activista del deseo. Lo que él llamaba “el campo en que son posibles las relaciones entre personas del mismo sexo” lo veía como un punto de partida para cruzar las fronteras de la identidad en contra de la normatividad patriarcal y capitalista. Al mismo tiempo, militaba contra los edictos policiales que castigaban la visibilidad y consideraban la exhibición pública como indecorosa o una incitación al acto carnal.

- El seudónimo que él usaba, “Rosa Luxemburgo”, concentra varias líneas de sentido: está el color rosa, ligado a lo femenino, Doña Rosa como lo popular, masivo y la figura de Rosa Luxemburgo, del espacio político del comunismo libertario. ¿Se podría establecer una continuidad entre el Manuel Puig de El beso de la mujer araña y Perlongher?

Hay una especie de “lengua de mujer” en ambos: formas de decir, de pasarse información, guiños imbricados con lo femenino y que toman abiertamente tanto Puig como Perlongher. Cada uno desde un lugar diferente, Puig era mucho más pudoroso, más cauto que Perlongher, en cuanto a su política sexual, que tenía una actitud militante y mucho más desafiante.

- Durante los 70 hiciste este viaje iniciático por Latinoamérica, una experiencia bastante extrema, la de vivir en una comunidad en el norte Canadá, rodeado de osos. ¿Cómo fue esta experiencia, cuántos años duró?

Era un viaje por Latinoamérica pero la diferencia con el que podía emprender la izquierda era que tenía como destino California del Norte, una experiencia contracultural que estaba más ligada al hippismo norteamericano en lo que este tenía de pacifista, que no era el mismo credo que la izquierda latinoamericana. Ese viaje fue producto de un deseo muy fuerte de conocer esas experiencias comunitarias de liberación corporal, sexual, ideas que no encontrabas en la izquierda latinoamericana en esos años. Duró bastante porque me fui en enero del 74, vendiendo artesanías, que era la única manera en que mi compañera y yo podíamos viajar, subiendo muy de a poco hacia el norte. Y había cosas muy interesantes que estaban pasando por toda Latinoamérica, así que íbamos decidiendo dónde nos quedábamos. Así que ese viaje a San Francisco por tierra duró un año, hubo una parada en México, país por donde viajamos otro año y el tercer año nos fuimos de nuevo a San Francisco. A fines del 76 me establecí en esa comunidad rural en Canadá, una aldea a 900 km. de Vancouver, cerca de las montañas rocosas, que se llama Argenta, nombrada así por la mina de plata que había a principios del siglo XX. Una zona en la que se establecieron refugiados de distintos países, desde polacos que venían del Este europeo hasta estadounidenses que habían huido del servicio militar en la época de Vietnam, cuáqueros que habían huido del macartismo, una suerte de refugio para desterrados, tanto voluntarios como obligados. Viví en ese lugar casi nueve años, haciendo las actividades de una vida rural, sembrar árboles en primavera en los programas de reforestación o combatir los incendios en verano como bombero voluntario. El pueblo más cercano estaba a 40 kilómetros, así que, una vez por semana, el o la que viajaba colgaba un cartel en la “oficina” de correos que era una cabaña de madera y se compartía el vehículo. Era una época muy idealista y las relaciones con la gente, el hecho de ir construyendo comunidad en forma no binaria, no jerárquica fue una experiencia de vanguardia propia de la costa oeste de EE.UU. y Canadá. Quizás hoy también ocurra algo así pero la sensación es que en esa época había mucha más gente involucrada en estos proyectos. Esa experiencia para mí fue muy rica, fue compartir un proyecto con personas de distintas procedencias, la mayoría, emigrados urbanos, de vivir en contacto con la naturaleza, de forma autosuficiente, por afuera de las leyes del capitalismo.

- ¿Perlongher fue un adelantado en cuanto al estudio de las políticas de la sexualidad?

El hizo una investigación militante y participante sobre la prostitución masculina, en la ciudad de Buenos Aires, en la zona de la calle Lavalle, en los años 71, 72 que luego desarrolló en la ciudad de San Pablo, en Brasil, y que se convirtió en su tesis de posgrado en Antropología Social. Perlongher participó de las prácticas que estaba investigando entre los miché, los prostitutos masculinos, y lo mismo ocurrió con el culto del Santo Daime, por su deseo de probar estas experiencias límite en relación a la disolución de la identidad, de transustanciación, de éxtasis mediante el consumo de ayahuasca. No puedo afirmarlo con seguridad, pero no creo que hubiera antecedentes de estudios académicos de esas características sobre la prostitución masculina o sobre el Santo Daime.

- El hace un cruce muy interesante con las teorías que abordaron las políticas de la sexualidad.

Sí, su marco teórico era Deleuze y en parte Foucault. Perlongher era muy deleuziano. Sus investigaciones sobre el callejeo aplicadas a la prostitución, sobre el nomadismo de los chicos de la calle, las prácticas de salirse de la familia, de la escuela, de los lugares de la vida social organizada eran analizadas desde el punto de vista de las líneas de fuga. Contra la pretensión de ser aceptadas por la sociedad, a él le interesaba ver cómo estas prácticas podían modificar la sociedad.

- ¿En cuanto a su producción poética, qué relación tenía con el campo literario argentino en los 70, en los 80?

Sobre los 70 no puedo decir mucho, porque Perlongher recién empezaba a publicar en fanzines algún que otro poema, en publicaciones hechas en mimeógrafo como la del grupo que se reunía en Parque Centenario, donde ni aparecía su nombre completo. Durante la dictadura había hasta miedo de decir que eras poeta, era considerado sospechoso. Ya en los 80, él comienza a hacerse un lugar. En el primer número de la Revista de Poesía, que después se transformó en un faro para muchos lectores, se publica a Perlongher. Pero el mayor lugar de circulación de su nombre como autor fue el espacio de las contraculturas y las minorías sexuales. El venía a dar cursos en el Colegio Argentino de Filosofía sobre la ayahuasca o en el Parakultural, sobre las formas de resistencia que había en Brasil y mucha gente iba a escucharlo. Después, en el 87, le dieron el premio Boris Vian, lo cual habla de un reconocimiento importante. Alguna gente hoy me pregunta por qué no se lo reedita y yo le respondo que eso habría que preguntárselo a las editoriales.

- Tu crítica al libro Austria-Hungría, de la que él habla en una de las cartas ¿generó algún tipo de cortocircuito entre ambos o fue un tema de diferencias estéticas?

No fue una crítica a su libro en sí. No recuerdo bien qué fue lo que dije en una carta, pero ha de haber sido alguna inquietud sobre la inteligibilidad de algunas expresiones. Néstor era muy susceptible y no quería que una opinión expresada de manera tajante pudiera erosionar el vínculo. Calculo que él ya estaba muy comprometido con el barroquismo de las formas, el neobarroco como máquina de guerra contra el sentido común y único y yo no tenía tantas lecturas en aquel momento, era un joven ignorante en muchas cosas y también, influido por el mundo en el que estaba inmerso en aquel momento, tenía una predilección por la claridad. Yo era muy anglófilo, entonces ese barroquismo quizás fuera para mí confuso y le haya cuestionado la falta de legibilidad y él me contestó que tampoco tenía claro por qué había elegido determinadas consonantes, que era solo por su sonoridad. Pero insisto, lo mío era una lectura de alguien que no tenía el compromiso poético que podía tener él, con una estética en la que intervenían el surrealismo, la generación beat, el barroquismo y todo eso producía un cóctel muy interesante desde el punto de vista de la sonoridad. Su proyecto era mucho más ambicioso que el de alguien como yo que estaba más cercano a lo que luego quizá se escribiría en los 90, con una inquietud puesta en ser comprendido.

- En una de las cartas él te pide tu opinión acerca de si publicar Alambres en Barcelona o acá. ¿El tenía especial interés en ser leído acá?

Él viajaba muy seguido a la Argentina, tenía muchas relaciones acá, y aunque tenía vínculos con poetas y editores españoles, me parece que, en el caso de ese libro, no tenía una oferta clara. Él se pagó algunas de sus primeras ediciones, y en cuanto a querer ser leído acá, pienso que sí, él estaba muy comprometido con el Neobarroco que cultivaban poetas tanto de acá como de otros países latinoamericanos.

- ¿Perlongher participó de la escuela de Neobarroco, la fundó o fue único dentro del panorama de la poesía argentina?

El mismo en sus ensayos se presenta como parte de esta corriente, el neobarroco, que no se trata de un movimiento como las vanguardias, con sus manifiestos y sus intervenciones de ruptura, sino de una sensibilidad de la que participaron Tamara Kamenszain, Arturo Carrera, Roberto Echavarren, Emeterio Cerro, Marosa Di Giorgio, Osvaldo Lamborghini, entre otros. A todos ellos Perlongher los incluía en el neobarroco latinoamericano que en el Río de la Plata se convertía en neobarroso, por ese barro fundacional en el que se encuentra al indio, al gaucho, al negro y a otros cuerpos marginales que se resbalan en el lodo y es ahí, a partir de esa base de hibridez cultural, donde Perlongher plantea la posibilidad de desarrollar una poética. Sin dudas, fue el principal animador de esa corriente.

Publicado en La capital de Rosario, 21/6/2023


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