domingo, 21 de agosto de 2022

Entrevista a Marcelo Cohen

Marcelo Cohen acaba de recibir una hermosa noticia. La Biblioteca Nacional lo distinguió con la “Rosa de Cobre”, un reconocimiento a la trayectoria de aquellos autores que han hecho un aporte significativo a la literatura argentina y aunque teme que suene a homenaje póstumo, es unánimemente compartido por sus pares.

Con una poderosa obra narrativa de más de veinte títulos que se nutre de la reflexión sobre el lenguaje que tantos años de práctica como traductor le proporcionaron, llevó la ficción especulativa al territorio de la literatura utópica, la isla, para crear un nuevo espacio literario, el Delta Panorámico, al que le inventó una lengua, el deltingo, en el que caben todos los pasados y futuros de una lengua rica y porosa como el castellano.

Sus últimos dos libros de relatos, publicados por la editorial Sigilo, La calle de los cines y Llanto verde, reúnen las películas del Delta Panorámico, contadas por un personaje homónimo que, como su autor, creció viendo cine y se formó con él.  

Estos relatos, de una diversidad enorme, gozan de la libertad que ese “espectáculo más grande que la vida” es capaz de transmitir: hay un policial con aires borgeanos; una humorada sobre la justicia social por mano propia; un circo, reliquia de un pasado que desconocía el concepto de igualdad de las especies; un ermitaño elegante que huyó de la sociedad del mal gusto y se encuentra con una neohippie, producto de esa misma sociedad; una ciudad del futuro sometida a un régimen medieval; la última cena de un grupo de amigos a las puertas del fin del mundo, hasta un espacio bucólico donde los árboles lloran. 

En diálogo con La capital, lo felicitamos por el premio honorífico y le preguntamos cuál es el aporte a la literatura argentina que cree haber hecho.

Uno nunca sabe si hizo un aporte real, pero sí creo que fui uno de los primeros en hacer en la Argentina una literatura de anticipación del tercer mundo. Yo fui desde siempre un seguidor de lo que se llama “ficción especulativa”, alrededor de autores como James Ballard, Philip K. Dick, por nombrar a algunos, a los que también estaba traduciendo en ese momento para la editorial Minotauro. Pero los componentes de la ciencia ficción a mí no me interesaban, me parecía que nuestro mundo geográfico no estaba en condiciones de acceder a los futuros que planteaba. De todas maneras, en el famoso prólogo a Arthur Clark, Ballard dice que la ciencia ficción es el género más apto para lidiar con la nueva realidad y hay una afirmación suya muy categórica en la que dice: no nos interesa el espacio exterior y el futuro lejano, sino el futuro inmediato y el espacio interior. Dice que frente al grado de irrealidad que va cobrando el mundo contemporáneo, el único nodo de realidad está en el centro de uno, es decir, hay que comprender por qué el espacio que nos rodea somos nosotros. Y eso, indudablemente, me influyó. Yo quise hacer algo por ese lado, adaptándolo a la realidad del tercer mundo, donde todo está atado con piolines y en ese momento, era muy difícil prever adelantos técnicos. Ahora, con internet y la globalización, pero, sobre todo, con la ocupación del espacio interior por los dispositivos, la cosa se parece mucho en todos lados. Después aparecieron en mi vida otros escritores como Gene Wolfe y esto que se llama la "weird fiction", ficción extraña, que no tiene solo un componente futurista, sino que está habitada también por otras potencias de la imaginación. Entonces lo mío fue evolucionando hacia un tono fantástico, donde empiezan a tener lugar otras cosas con las que la literatura realista no puede lidiar. Todo esto parte de la consideración que la realidad no tiene lógica, empezando porque las dos palabras, lógica y realidad, son palabras humanas, y ni siquiera son leyes, son modos de existencia de lo real, de los cuales, un esfuerzo realista no puede dar cuenta, siempre hay algo que excede. Esto sucede con un tema del cual me ocupé durante un tiempo que son las coincidencias. Yo les presto mucha atención y trato de no darles una interpretación mística o misteriosa. Lo que sí se puede hacer es impregnarse de ese hecho para el cual no tenemos lenguaje y no tratar de definirlos, sino de narrarlos y además se puede permitir que funcione como disparador de lo que uno ha empezado a narrar. Y está este mundo que cambió y nos involucra a todos, de manera que estos espacios sintéticos que yo intenté durante mucho tiempo, más o menos cerrados, en un momento me pareció que necesitaba encontrar un lugar donde me pudiera quedar pero que no conociera enteramente, que se pudiera ir desarrollando a medida que escribía y así fue como surgió eso que se llama el “Delta Panorámico”, un mundo de islas de río. Con los años eso se convirtió en un mundo para mí sin fin, con su lengua, su cultura. Y ese lugar donde me quedé durante tantos años, también obró cambios en mí. El hecho de que lo que uno va inventando tenga una relación con la experiencia, pero al mismo tiempo, la abra, lo podemos considerar como mi pequeño aporte.”

- Esa translengua inventada, el deltingo, entre otras cosas ¿es una posición frente al discurso homogeneizador del sentido común?

La disidencia, la insatisfacción como actitud que suscita posiciones políticas ha estado siempre en mí. Yo fui militante de izquierda y, con los años, a medida que cambiaban mis lecturas, mi posición con respecto a las izquierdas cuyo pensamiento está un poco congelado, fue crítica. Pero voy pensando y en ese sentido, la consideración del lenguaje que se usa siempre está presente. Mientras iba intentando un mundo a medida que lo escribía y sentía la presencia de gran parte de ese mundo que iba poblando, la gran ocurrencia, que se la debo a Gene Wolf (cuyas sagas transcurren en un mundo lejano poblado de muchas cosas, no sólo materiales sino costumbres o fenómenos que subsisten más o menos enterradas, de un tiempo pasado) me hizo dar cuenta que no tenía mucho sentido para mí hablar de lo que viene, porque el tipo de neurosis que gobierna el mundo o el triunfo mundial del espíritu burgués hacía que no tuviera sentido hablar de lo que vendría después. Porque, a pesar de las innovaciones permanentes, hay un fondo continuo de repetición, entonces me gustó que en el Delta Panorámico hubiera cosas que todavía no existen (algunas tienen cara de que pueden llegar más o menos rápido, como los taxis volantes, los “flaytaxis”) que conviven con otras que ya pasaron y otras que se repiten, pero fueron subsanadas, como en uno de los cuentos en el que la gente fuma y el narrador dice que ya se había descubierto que el cigarrillo no hacía daño. Esas cosas a mí me divierten y también me permiten hablar de la repetición y de cómo los cambios se producen dentro de un marco muy poco elástico. Por otra parte, estando ahí había cosas que había que nombrar y así empezó ese vocabulario nuevo y empezaron a surgir los modos del habla y traté de darle una coherencia interna como para no engañar al lector. Cuando se me ocurría nombrar una flor, un animal o una nueva ciudad, me fui haciendo un vocabulario, con una mínima enciclopedia. Y resulta que conozco lectores que adoptaron esas palabras, que las usan en conversaciones entre amigos.

- Frente a la contemporaneidad de la experiencia del fin del mundo, con el cambio climático ya entre nosotros ¿Cómo es narrar la catástrofe?

La verdad es que no lo he intentado. Mi posición frente al hecho real es una posición compleja. Yo creo que en esto hay que actuar, ahora, evidentemente yo no soy Greta Thunberg, mi papel, junto con el de otros compañeros, es trabajar en este campo de la lengua, mantener la llama de algo que está cada vez más amenazado, aunque no tanto como el planeta. Pienso que tenemos que prepararnos para trabajar comunitariamente frente al desastre. Literariamente, lo hago con una tendencia al absurdo melancólico, y probablemente, donde mejor esté plasmado sea en el cuento “Cómo fuimos” del último libro, donde hay tres jóvenes que se preparan para el fin porque es la última noche del mundo pero, al mismo tiempo, han alcanzado un alto grado de serenidad moral, una especie de aceptación que no es resignación. Y como me tienen podrido los voceros del apocalipsis, a mí me interesa decir: no se queden tranquilos con que esto se va a terminar de golpe, esto va a ser una agonía muy dolorosa, entonces, preparémonos para convivir con esto, ver cómo luchamos contra lo que no es irremediable. Pero, en este libro, también hay algunas historias que transcurren en un inusitado marco natural que me dieron para pensar en algunos aspectos del mundo natural. Esto es mi posición literaria sobre esta cuestión. Es muy difícil narrar el fin del mundo y al mismo tiempo zafar de la literatura apocalíptica.

- En estos dos libros, La calle de los cines y Llanto verde, los relatos retrofuturistas son de una diversidad enorme. ¿Tu cinefilia fue una excusa para abrir el espectro de temas?

Yo soy cinéfilo desde la infancia. Yo iba al cine de mi barrio (que después se transformó en el cine Cosmos y luego fue el Centro Cultural Rojas) que se llamaba Cataluña, y sigo viendo y hablando de cine. Cuando quiero que alguien vea una película, la cuento y la recomiendo con tanta efusividad que la gente me pide que pare, entonces inventé este personaje que se llama como yo, que se da cuenta que cada vez que empieza a contar una película, la gente se empieza a cansar, a mirar para otro lado y entonces decidió escribirlas y llega a la conclusión, como dice en el prólogo de La calle de los cines, que escribir una película es una forma de la traducción y al mismo tiempo le da la posibilidad de inventar. Por otra parte, como todo esto ocurre en el Delta Panorámico, a medida que fui avanzando me di cuenta que podía escribir cualquier cosa que se me ocurriera, acá puede pasar de todo. Un poco como en esas tardes de cine donde daban una de guerra, una de cowboys, una de monstruos, una de amor y así. Tengo una gran libertad para contar cualquier tipo de historias libradas de la censura, teniendo lo real sólo como base.

- Co-dirigís junto a Graciela Speranza Otraparte, una revista de reseñas de libros, de discos, de artes plásticas ¿Cómo ves el estado de la ciencia ficción que se está escribiendo hoy?

Otra Parte Semanal es una revista de reseñas breves sobre artes visuales, literatura, música, cine, teatro y crítica, una fraternidad con muchos compañeros entusiastas y conocedores de la ciencia ficción, y sobre todo, de escritores aledaños como Kurt Vonnegut. No siempre estamos en todo de acuerdo. Yo creo que, si bien hay una barbaridad de sagas postapocalípticas, de espada y brujería y de afirmaciones de género, por dar solo tres rubros, la menos complaciente, la más inquieta, la que encuentra gusto en lo indagado, está cambiando temáticamente, para bien. Hay novelas buenísimas que encuentran formas y recursos singulares para poner en primer plano el futuro inmediato y absurdo del trabajo asalariado, como La fábrica, de Iroko Oyamada, una japonesa muy joven, Los empleados, de la danesa Olga Ravn, o el enfrentamiento final entre los hombres y una naturaleza en crecimiento desenfrenado, como Aniquilación, de Jeff Vander Meer. Es un buen panorama, chico pero bueno.

- Hay en estos cuentos muchas figuras de artista. Además de Marcelo Cohen me pareció encontrar a Borges (un tímido, un explorador sin paz que comienza todos sus textos con una pregunta, dudando). ¿El arte produce paciencia, como dice uno de los personajes, es anticapitalista por definición?

Las figuras de artistas de estos cuentos aparecieron en la mayor parte de los casos pedidas por los primeros esbozos de la historia. Y sí, es muy posible que encarnen algo de la calma, al menos de la búsqueda de calma, o de la comprensión de la calma. Lo de la paciencia: me guio por Peter Handke, que dijo, textualmente, que la paciencia es la plusvalía de la literatura. Y en una civilización de la ansiedad impelida por el capitalismo, lo prepara a uno para otra forma de vida.

Publicado en La Capital de Rosario,14/8/2022


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