domingo, 10 de abril de 2022

Entrevista a Siri Hustvedt

En el año 2006, Siri Hustvedt, con varios años de carrera literaria y académica y disfrutando del reconocimiento internacional de la crítica y los lectores, mientras hablaba en público en un homenaje dedicado a su padre, comenzó a temblar descontroladamente de la cabeza a los pies. “Mis brazos se agitaban de forma desmedida. Mis rodillas chocaban una contra otra. Temblaba como si fuera presa de un ataque epiléptico. Lo increíble era que no me afectaba la voz en absoluto. Hablaba como si siguiera impertérrita”.

La experiencia de habitar un cuerpo que no reconocía la plasmó en el ensayo La mujer temblorosa (2009), para el cual profundizó en disciplinas como la neurología, la psiquiatría, el psicoanálisis y las neurociencias, con el fin de intentar comprender la dialéctica entre cuerpo y mente que el pensamiento occidental se obstinó en separar.

Publicó, hasta el momento, además de artículos en revistas académicas y científicas, las novelas Los ojos vendados (1992); El hechizo de Lily Dahl (1996); Todo cuanto amé (2003); Elegía para un americano (2009); El verano sin hombres (2011); Un mundo deslumbrante (2014); Recuerdos del futuro (2019), el libro de poesía Leer para ti (2007) y los ensayo En lontananza (1998); Los misterios del rectángulo (2005); Una súplica para Eros (2005); La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (2009); Vivir, pensar, mirar (2012); La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (2016) y Los espejismos de la certeza (2016) conformando una obra que conjuga autobiografía, teoría feminista, crítica de arte y epistemología, por la que recibió, en 2019, el premio Princesa de Asturias.

Y la ansiedad, el tema del reciente Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires, la encontró en su salsa, con mucho para decir. Invitada junto a su célebre marido, Paul Auster (con el que conforma una de las parejas de intelectuales más queridas de Brooklyn), habló con Cultura y Libros, entre otros temas, de ese mal de nuestra época al que esa aplanadora llamada autoayuda viene intentando desactivar desde hace varias décadas, sin mayores resultados.

 

 

¿La enfermedad es un síntoma del estado de una sociedad o de un estado de la medicina?

En El concepto de ansiedad, Kierkegaard escribió la famosa frase “La ansiedad se puede comparar con el mareo. Aquel cuyo ojo mira hacia el abismo que se abre se marea ". Su argumento era que sin ansiedad no habría posibilidad de nada. Vivir con ansiedad significa estar en un estado de suspenso y por tanto de posibilidad.

No es fácil de soportar, por supuesto, pero la ansiedad no siempre es destructiva, para Kierkegaard puede ser creativa. Yo diría que la ansiedad es el estado de saber que siempre estás en camino, un reconocimiento de que la vida es un proceso de cambio constante. Es humano querer detener el proceso, evitar ese mareo tomando una droga o una bebida o meditando, aferrándose a teorías conspirativas o consolándose con ortodoxias para escapar.

Todos estos métodos pueden funcionar, pero no alteran la verdad de la incertidumbre. En una era de pandemias, desastres climáticos, agitación política, migración, es fácil sentirse pequeño e indefenso y buscar formas de calmar la agitación, pero algo de ansiedad es esencial para resolver problemas de todo tipo.

En cuanto al papel de la medicina, es normativa. Los diagnósticos psiquiátricos aumentan y disminuyen con las ideas culturales sobre qué se supone que es lo “normal”. ¿Cuánta ansiedad es demasiada ansiedad? ¿Quién decide? El trastorno de ansiedad generalizada describe a una persona que está continuamente en un estado nervioso, tiene problemas para dormir, no puede concentrarse, etc., pero los síntomas suelen estar aislados de la situación de la persona: familia, clase y estatus en la sociedad, y esto es artificial. A menudo, existen razones reales para la ansiedad que se pueden encontrar en la vida de una persona.

Somos una amalgama compleja de procesos biológicos, psicológicos y sociológicos que se superponen y no pueden distinguirse claramente. ¿Es ideal estar en un estado perfecto, estático, tranquilo todo el tiempo? ¿Haría algo una persona así? Creo que ayuda pensar detenidamente sobre lo que significa eliminar la ansiedad y por qué tantas personas están tan ansiosas por hacerlo.

 

La mujer temblorosa (como la Anatomía de la melancolía, de Robert Burton) es una suerte de suma del saber sobre las dolencias de su autora, una lectora voraz y compulsiva. (En su tratado, Burton alertaba sobre el exceso de estudio como una de las causas de la melancolía). Además de intentar entender las causas de tu dolencia ¿la pasión por el conocimiento fue el motor de la búsqueda que emprendiste?

Me complace que compares La mujer temblorosa con la búsqueda absoluta de Burton de los secretos de la melancolía. Escribir mi librito se convirtió en una forma de terapia para mi misteriosa dolencia. Hice un viaje y una vez que terminó, tuve una mayor sensación de dominio sobre el síntoma a través del conocimiento. Escribir no me curó, pero la aventura de escribir me cambió.

Yo pienso en el libro como una búsqueda de respuestas que tomó la forma de un embudo, rodeando un problema desde múltiples perspectivas, múltiples disciplinas, pero a medida que avanza, esos círculos se hacen cada vez más pequeños y luego se ajustan a lo que yo llamo "una zona enfocada de ambigüedad". Al declarar “Soy la mujer que tiembla” al final del libro, pude integrar el síntoma en mi historia y me di cuenta de que esta simple aceptación por sí sola tenía un valor terapéutico.

 

Hay una paradoja en el malestar (como la ansiedad) que demuestra que el cuerpo no nos pertenece, pero no podemos existir sin él. ¿Las neurociencias se plantean como la solución a este dilema?

Los seres humanos viven con la ilusión del dualismo: que la mente y el cuerpo son dos cosas diferentes, una división que se remonta a los pitagóricos. La enfermedad puede marcar la diferencia entre el “yo” y el “cuerpo doliente” muy visible, pero el dolor pertenece a nosotros, no a otra parte.

En inglés, decimos que tenemos un cuerpo, en lugar de que somos un cuerpo. Creo que somos sujetos corporales, para tomar prestado del filósofo Maurice Merleau-Ponty. Esto no significa que podamos ser reducidos a nuestros cerebros, como afirmó la neurociencia cognitiva de la generación pasada. Estamos encarnados e incrustados en un mundo que necesitamos para sobrevivir. Crecemos y nos desarrollamos primero dentro de otra persona y luego con y a través de los demás.

La mente y la conciencia no pueden reducirse a neuronas, aunque no podríamos pensar sin ellas. El problema mente-cuerpo no está resuelto, pero el cambio de paradigma en la neurociencia cognitiva hacia la encarnación que comenzó a fines del siglo XX es bienvenido. El viejo modelo que comparaba la mente con el software de una computadora y el cerebro con el hardware era un callejón sin salida y esencialmente otra versión de la división de Descartes entre lo mental y lo físico.

 

Yendo hacia atrás ¿Cómo fueron tus comienzos como escritora?

La fantasía de que escribir sería mi vocación llegó cuando tenía trece años. Provenía de mi lectura obsesiva de novelas -Dickens, Austen, Dumas, Balzac, las Brontë y otros- en su mayoría, novelas del siglo XIX. Ahí comencé a escribir cuentos y poemas y continué hasta la universidad.

Publiqué mi primer poema cuando tenía veintitrés años en The Paris Review. Entonces yo era una estudiante de posgrado en literatura en Columbia.

Comencé a escribir poemas en prosa como un ejercicio de escritura automática y nunca volví al verso. Después de defender mi disertación (sobre Dickens), comencé a escribir mi primera novela, Los ojos vendados, que me llevó cuatro años. También tuve pequeños trabajos de enseñanza, traducción y edición ¡y un bebé! Sin embargo, los libros llegaron lentamente, luego el ritmo se aceleró. Leí más y más, lo que impulsó la escritura y así sucesivamente.

 

La crítica de arte es otra de tus pasiones. ¿El arte es un modo privilegiado de conocer al otro?

Las imágenes son cualitativamente diferentes de las palabras, pero tanto las imágenes como las palabras nos dan acceso al otro, al no yo. Pero, a diferencia de un libro o una película que son secuenciales, una imagen está ahí de una vez, podemos engañarnos pensando que podemos adquirirla en un instante, que lo estamos viendo todo. Pero eso no es verdad. Las imágenes se despliegan para el espectador solo en el tiempo.

Mirar detenidamente una pintura o una escultura es una forma de exploración y descubrimiento que me ha dado una gran satisfacción. Me alegra decir que mi descubrimiento de un huevo en la ventana del cuadro de Vermeer, Mujer con un collar de perlas, junto con otras pistas que nacieron de dedicar horas a mirar, cambió el significado de ese cuadro. Ahora se considera ampliamente una pintura de la Anunciación, aunque los historiadores del arte se resisten a citar mi ensayo como fuente. El forastero no es bienvenido en la mesa.

 

Todo cuanto amé fue un libro que me deslumbró intelectualmente y al mismo tiempo me produjo una conmoción tal que, recuerdo estar en un colectivo leyéndolo y no poder parar de llorar cuando llegué a la escena de la muerte del hijo. ¿Cómo lograste conjugar ambas cosas?

Recordamos lo que nos moviliza. Podemos sentirnos conmovidos de forma puramente emocional, como la experiencia del dolor, pero también de forma intelectual: la excitación eléctrica de descubrir una nueva idea o perspectiva. A la cultura le gusta pensar en el intelecto como lo alto y seco y la emoción como lo bajo y húmedo, pero esto es una tontería y, a menudo, sexista.

Las mujeres son emocionales - los hombres son racionales. Pero la razón no está libre de emoción y la emoción no está libre de razón. Lo que me interesa de Todo cuanto amé es cuántas personas respondieron exactamente como tú. Lloraron por la muerte de Matthew, lo sintieron, y esa conmoción permaneció en la memoria después de que terminó el libro. La lectura también es una forma de experiencia de vida que podemos compartir.

 

Un verano sin hombres, entre otras cosas, es una novela escrita bajo el signo de la poesía. ¿La poesía es el grado cero de la literatura?

El grado cero de la escritura de Barthes fue una forma de hacer estallar la literatura burguesa para crear una escritura neutral, sin estilo. Lo que me gusta de Barthes es su voluntad de insurrección. Quería romper con las suposiciones. Lo que no comprende es que la denominada escritura neutra también puede volverse educada rápidamente. El grado cero de la escritura fue un libro, en su momento, escrito en contra de la tradición francesa.

El verano sin hombres es una comedia feminista sobre la igualdad y la diferencia en el amor y el sexo, con astutas disgresiones sobre el sexismo en la literatura y la ciencia y sobre cómo estas ideas influyen en la percepción de nosotros mismos y de los demás. Me divertí mucho escribiéndolo y, tienes razón, está "escrito bajo el signo de la poesía". No sigue las reglas de la novela. Salta de una cosa a otra. La historia en sí es banal: el hombre deja a la mujer, la mujer se vuelve loca por un breve tiempo, se recupera con la ayuda de su madre y otras personas. La diversión del libro está en el estilo, la ironía, los saltos en la prosa, que de hecho son, espero, una forma de insurrección cómica.

 

¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo? ¿Podés contarnos algo?

Sí, estoy escribiendo una novela llamada El sobre embrujado. Parece venir sorprendiéndome a medida que avanzo. Tiene un secreto, uno que encuentro muy convincente y espero que otros también lo sean.

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