lunes, 11 de noviembre de 2013

Por qué leer a los clásicos

Colección Great ideas:


Portada de El contrato socialMarco Aurelio, MeditacionesPortada de De la sabiduría egoístaPortada de Eichmann y el HolocaustoPortada de La mano invisiblePortada de El porvenir de una ilusiónPortada de El libro del TaoPortada de UtopíaPortada de Vindicación de los derechos de la mujerPortada de Imperialismo: la fase superior del capitalismo

Contra la afirmación acerca de que la filosofía es un discurso críptico referido a cuestiones abstractas, los editores de Penguin en el Reino Unido y más tarde Taurus, para los lectores hispanohablantes, encararon la colección “Great ideas”, de la que se acaba de publicar la segunda parte, convencidos de la potencia de estos discursos que cambiaron la manera de entender la realidad en Occidente y por lo tanto, moldearon la realidad misma.
Darwin, San Agustín, Cicerón, Marco Polo, Proust, Trotsky, Shakespeare, Kant, Tagore y Maquiavelo fueron los autores publicados en la primera serie.
En esta segunda serie, los nombres de Rousseau, Marco Aurelio, Francis Bacon, Hannah Arendt, Adam Smith, Freud, Lao Tse, Tomas Moro, Mary Wollstonecraft y Lenín, nos hablan de una preocupación por definir las formas posibles de organización política y los fundamentos de estas prácticas.
Con un diseño de tapa que recupera desde la impresión y la tipografía el contexto en el que cada obra fue publicada, el orden que cada una tiene no guarda relación con la cronología, pero la lectura del conjunto sugiere varios recorridos posibles, uno de los cuales podría ser el contraste entre concepciones opuestas, planteadas con la convicción del manifiesto.
Leemos en El contrato social de J.J. Rousseau la justificación de la necesidad de perder la libertad natural en favor de la protección, por parte de la comunidad, de la propiedad individual y cómo el orden social será para el Iluminismo el fundamento de la vida civil, basado en convenciones por las cuales la fuerza se transforma en derecho y la obediencia, en deber, sentando las bases jurídicas de la Revolución Francesa.
Muchos siglos antes, probablemente en el VI a C. Lao Tse haya escrito el Libro del Tao, el texto que poética y fragmentariamente delineó la filosofía taoísta en la que postula una forma de organización de la vida en armonía con los principios de la naturaleza, en contra de la artificiosidad de las normas que regulan las relaciones sociales que, sostiene, sólo conducen al desequilibrio de la vida humana. Su filosofía política incluye la dimensión cosmológica porque entiende lo social integrado a la vida en un sentido amplio, en sintonía con la filosofía estoica, de la que las Meditaciones de Marco Aurelio son un exponente y que Francis Bacon en De la sabiduría egoísta, retoma.
El humanismo, desde otro lugar, nutrido de la literatura de viajes que la conquista de América le proveyó, imaginó formas de organización posibles como espejo invertido de su propia sociedad. Utopía, de Tomás Moro, tomando como modelo los nuevos territorios descriptos por Vespucio, pensó un estado ideal igualitarista donde no existe el dinero y la producción social está armónicamente orientada a satisfacer las necesidades de todos.
Dos siglos más tarde, un compatriota suyo, Adam Smith, en lo que se considera el primer tratado de economía, enarboló los principios del laissez-faire justificando el desarrollo de las economías centrales en la libertad sin restrcciones del mercado por parte del estado, asumiendo que es el egoísmo lo que rige las relaciones humanas.
A comienzos del siglo XX, podían vislumbrarse las consecuencias del “dejar hacer” en la economía, y Lenín, en Imperialismo: la fase superior del capitalismo, profetizó sobre la aparición de una economía monopólica que la concentración del capital y la producción generaría. Describió el estado del imperialismo en ese período y advirtió sobre la emancipación del capital financiero, del que hoy estamos viviendo una de sus mayores crisis.
Contemporáneamente, el principal teórico de la subjetividad, Freud, aparecía produciendo una obra en progreso, El porvenir de una ilusión, un texto en el que asistimos al nacimiento de un conjunto de ideas provisorias sobre las máscaras que el sufrimiento adopta y los modos que esta teoría propone para desarticularlas, partiendo de la certeza de que para los hombres es “un peso intolerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posible la vida en común”.
Unas décadas más tarde, Hannah Arendt denunció, en su ensayo Eichmann y el holocausto, la connivencia con el nazismo por parte de la dirigencia sionista y cómo, para escándalo de los bienpensantes, la crueldad más infinita puede anidar en el cuerpo de un oscuro burócrata, es decir, en cualquiera de nosotros.
Otra mujer, Mary Wollstonecraft, dos siglos antes, en Inglaterra, derribó la imagen de la mujer como “bello defecto de la naturaleza” y reclamó para su género los mismos derechos que la burguesía tomaba para sí en Francia en Vindicación de los derechos de la mujer, un texto con el que marcó el camino a las feministas inglesas.

Cinco título más completan la colección, que esperamos lleguen pronto a estas costas. Porque, si la guerra es la continuación de la política por otros medios, conviene recordar que “toda batalla es, entre otras cosas, una disputa de ideas”.

Publicado en diario Perfil 10/11/13

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