sábado, 17 de febrero de 2024

La interlengua

La protagonista de esta novela, nacida en Francia de padres argentinos exiliados desde el año 75, vive en Buenos Aires, ciudad a la que llegó hace una década y que, por motivos poco claros para ella misma, nunca abandonó. En un curso de italiano con alumnos ansiosos por abandonar su país de origen para encontrar en Europa un futuro mejor, descubre que aprender una lengua es, inevitablemente, errar, y en el doble sentido de ese verbo se cifra parte de su historia.

El aprendizaje de ese nuevo idioma la lleva a emprender un viaje por el territorio de las lenguas romances -castellano, italiano y francés- para intentar descifrar el interrogante de cuál es su lengua materna, si el español de sus padres o el francés de su país natal, o ambas, mientras se pregunta cómo entender a una madre con la que no se comparte la lengua materna. Una flecha dirigida al cuerpo materno que, en su caso, empezó con el doble desarraigo. Si el idioma, dirá, es como el cuerpo, es en el corazón donde tiene su lugar, y la definición de “lenguas romances” lo expresa hermosamente.

Y es la experiencia de lo trans (ese movimiento que se desmarca del origen tanto como del destino) la que la enfrenta a la paradoja de añorar lo que nunca vivió, aquello que los franceses llaman bled, la nostalgia por el país de origen de los padres, ese paraíso perdido que la hace llorar con cada gol de la Scaloneta o con el sonido de los bombos en una manifestación. Pero también la enfrenta al abismo de perder “la casa de la lengua”, aunque fuera ella “la que se cortó sola la lengua.”

Vivir en esa interlengua será, desde su experiencia como extranjera, quedar desnuda frente a desconocidos, en ese momento en que el lenguaje todavía es pura denotación, y descubre en aquellas expresiones intraducibles que la dejan a mitad de camino entre un idioma y otro, como un Dr. Jekyll, la experiencia del desdoblamiento, un lugar que a la vez le permite captar en los sonidos propios de cada lengua, el carácter que le imprime a sus hablantes (como la belleza del sonido “ch” y de las palabras que lo contienen) o en la falta de ciertas palabras, los límites para expresar determinados sentimientos.

La Final Francia-Argentina termina por alejarla de un novio cada vez más distante y de la pertenencia a una identidad blindada por el triunfo. “No vi venir este final”, dice, refiriéndose no sólo al partido y a su pareja, sino al intento de horadar ese sentimiento de doble extranjería que la hace naufragar en el vacío.


Publicado en La gaceta literaria, 11/2/24

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