domingo, 12 de febrero de 2023

Una temporada en el infierno

S-3. Una memoria


            Comenzar una carrera literaria con un libro autobiográfico sobre la propia estadía en un neuropsiquiátrico después de un intento de suicidio, seguramente sea la forma más descarnada y expuesta de salir al ruedo literario.

            Pero hacerlo y además, escribir uno de los mejores libros que se hayan publicado sobre la locura (ese campo minado en el que locos y cuerdos, pacientes y médicos se reparten los roles necesarios para poner a funcionar el dispositivo psiquiátrico) es casi un milagro literario. Y la escritora norteamericana Bette Howland lo llevó a cabo. Con la lucidez propia de quien la ha perdido, narra ese punto ciego donde el sufrimiento no encuentra salida en un mundo que se ha vuelto inhabitable. Con una adjetivación que crece y se multiplica, intenta rodear ese pozo ciego que es el suicidio, cuando el yo, agotado, queda fuera de servicio y descubre el hilo que atraviesa a la mayoría de los personajes en el peso del ocultamiento en el relato familiar. “Quería abandonar esta historia personal, sacármela de encima como una tapa de alcantarilla.”

            Por su novela desfilan criaturas alienadas que ella transforma en personajes plenos, de varias capas y sin subrayados, frente a los psiquiatras, unidimensionales y burocratizados, con la mirada lúcida de quien sabe de qué está hablando y que, como Orfeo, volvió del infierno para contarlo.

            Lejos de los relatos gore de los pabellones psiquiátricos que el cine nos ha provisto, Howland describe, desde sus primeros registros de conciencia en la sala de emergencias hasta esa vida entre paréntesis que es una “estadía en un loquero”, y lo narra desde un plural en el que se desdibuja hasta la convertirse en omnisciente.

            Capta, en la vitalidad de los detalles y con mucha empatía, todo lo que de espectáculo circense tiene una sala psiquiátrica. Las hilachas, el maquillaje corrido, el pelo chamuscado por la plancha, las pelucas torcidas, las caras transformadas en máscaras producto de la medicación, todas formas de lo descentrado, de un estar fuera de lugar que es la experiencia de la alienación.

            Descubre en las voces como graznidos o en los susurros casi inaudibles de los internados, “las voces venidas de la tumba” y en la preocupación de todos por la falta de ropa, a aquello que une el alma con el cuerpo y que con tanto fervor todos se empeñan en restaurar.

            Howland ha escrito uno de esos libros que no dan ganas de que terminen. La editorial promete seguir publicándola. Que así sea.

Publicado en La gaceta Literaria, 12/2/2023

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