lunes, 13 de septiembre de 2021

Wilcock, de Adolfo Bioy Casares

 Wilcock, de Adolfo Bioy Casares




De los inagotables papeles personales de Adolfo Bioy Casares que quedaron al cuidado de Daniel Martino, el editor del monumental Borges, entre otros títulos, llega este nuevo libro, un riquísimo material centrado en la figura de Juan Rodolfo Wilcock, quien tuvo el raro privilegio de participar de ese triángulo literario que formaron Borges, Bioy y Silvina Ocampo, alrededor del cual circularon muchos de los principales escritores de la época y que se reunían todos los miércoles en casa del matrimonio Bioy-Ocampo. 

Por sus salones desfilaban, cada semana, además de Borges y Wilcock, Estela Canto, Eduardo Mallea, Manuel Peyrú, José “Pepe” Bianco (secretario de redacción de Sur durante casi treinta años), Ricardo Baeza, las hermanas Norah y Haydée Lange y un largo etcétera que incluía a algunos pocos plebeyos como el fotógrafo Pepe Fernández o la periodista Marta Mosquera. Con la literatura como tema principal, estas tertulias también fueron el lugar donde circulaban los chismes maliciosos sobre los escritores ausentes y se despotricaba contra Perón y sus seguidores, celebrando el triunfo de la autodenominada “revolución libertadora”.

Pero la “mesa chica”, una suerte de pléyade que se mantenía a una distancia relativa y en tensión con la figura de Victoria Ocampo y el grupo Sur, brillaba con luz propia y conformó una de las sociedades intelectuales más productivas del campo literario argentino del siglo pasado. Durante algunos años, el grupo compartió encuentros, discusiones, viajes y proyectos literarios con Wilcock, un personaje contradictorio y talentoso, incómodo y perturbador que entró al grupo bajo el ala de Silvina Ocampo (juntos escribieron la pieza de teatro Los traidores) y después de muchas visitas a la casa familiar -donde lograba exasperar al padre de Bioy- llegó a convertirse en un amigo entrañable de aquél y en el mayor difusor de su obra en Italia, el país donde se instaló, en una suerte de exilio lingüístico, a partir de 1957.

Inteligente y sensible, critica la conferencia que da Victoria Ocampo sobre el género historieta al advertir el desconocimiento profundo de la oradora sobre el tema y demuestra ser un gran lector de la vanguardia, en clara oposición al tradicionalismo de Borges, Bioy y Silvina. 

Frente al estupor que le genera al selecto grupo constatar que muchos de los más destacados escritores argentinos han leído muy poco, Wilcock descubre que, hasta la llegada de los exiliados españoles por la Guerra Civil, no había en nuestro país narrativa extranjera traducida al español.

En Italia desarrolló una carrera que lo distinguió dentro del medio cultural italiano, al punto de convertirse en un influyente crítico y en una amenaza para figuras como Calvino o Moravia, el lugar donde publicó una obra compleja, muestra de su independencia intelectual y afianzó su trabajo como traductor en el que ya se había destacado en Buenos Aires, traduciendo algunos títulos de la colección “El séptimo círculo”. 

En su país de adopción se dedicó a difundir la obra de Bioy y de Silvina, abriéndoles el camino al mundo cultural italiano al conectarlos con las editoriales Adelpi y Bompiani. Así comienza un riquísimo tránsito cultural entre ambas orillas que lo encuentra a Wilcock empeñado en lograr un premio de poesía para Borges traduciendo contrarreloj sus poemas que publica en los periódicos donde colabora; traduce además las antologías de cuentos y poesía argentina y latinoamericana que habían compilado Borges y Bioy; traduce toda la obra de Bioy al italiano junto a su hijo adoptivo, Livio Bacchi e introduce la cuentística de Silvina en ese país.

Su muerte, en marzo de 1978, a consecuencia de un infarto mientras leía El infarto cardíaco, le hace honor a un personaje “lúcido e insensato”, como lo calificó su amiga Silvina, y en esa puesta en abismo, se cifra la figura perfecta de aquel que “de joven fue un excelente escritor argentino y de grande, un excelente escritor italiano.”



Wilcock


Daniel Martino, el editor de los papeles privados de Bioy, esta vez convirtió en libro lo que parece haber sido un proyecto inconcluso de ABC al momento de enterarse de la muerte de Wilcock: la publicación de sus reminiscencias sobre este gran amigo de Silvina que terminó formando parte del selecto grupo de pares al que incomodó con sus exabruptos, sus flagrantes contradicciones y una vida personal que le ganó el mote de pederasta y para el que, además de las libretas, cartas y diarios de Bioy, consultó las memorias publicadas por muchos de los escritores que aparecen aquí.

Sus opiniones sin filtro sobre el personaje en cuestión hablan más del narrador que del objeto narrado. El desprecio de Bioy por la falta de clase de su amigo, por la cultura popular, por lo nuevo en todas sus formas, y sus opiniones políticas conservadoras y golpistas. Su descripción de los conocidos ilustres, apellidos patricios (“pedantes bizantinos” como sus enemigos ideológicos los llamaron) 

Viajes de larguísimos meses que comparten por Europa (en los que el excéntrico Wilcock simula no entender el español) donde Bioy desnuda escenas que parecen salidas del film Titanic, en las que, como un auténtico dandy, se lamenta de las deplorables condiciones en las que viaja su amigo en tercera clase y de los hoteles y restaurantes baratos donde se hospeda y come, por otro lado, invitado de la distinguida pareja que viaja, como es su costumbre, en primera clase y elige cuidadosamente los restaurantes donde el delicado estómago del anfitrión no se resienta. 

Quedan al descubierto las tensiones que el ego provoca en estos escritores, y a pesar de la molestia que el carácter excéntrico y provocador de Wilcock generaba en Bioy, que lo consideraba un ególatra y desconsiderado, estas opiniones, que con el tiempo se fueron matizando, jamás hicieron mella en el respeto por su inteligencia que mutuamente se profesaron.

Y si hay algo en lo que coincidían era en las diatribas dirigidas a todos los escritores de su entorno que no fueran Borges o Silvina Ocampo, a quienes consideran loso únicos dueños del privilegio de vivir en “la Atenas de Europa”, a espaldas de Latinoamérica. 


Publicado en La gaceta literaria, 13/9/2021


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