Entre la desesperación y la esperanza
Para las
instituciones que representan a la industria editorial, 2016 no fue
un año exitoso. Tanto la Cámara Argentina del Libro (CAL) como la
de Publicaciones (CAP) coinciden en que la retracción en el consumo
de libros acompañó la retracción en la producción y que la
importación de títulos se disparó con respecto a la exportación
de libros nacionales. Para ambas,
la caída registrada en las ventas es del 22% y esperan para este
nuevo año que la tendencia se desacelere.
Paradójicamente,
según el Foro Mundial
de Ciudades Culturales (http://www.worldcitiescultureforum.com),
Buenos Aires es la ciudad con más
librerías por habitante del mundo (25 por cada 100.000 habitantes)
por delante de Londres, París, Amsterdam o Nueva York, un
dato que el Sistema de Información Cultural de nuestro Ministerio de
Cultura corrobora: el país cuenta con 2251 librerías, de las
cuales, 735 se concentran en la ciudad de Buenos Aires.
Su distribución desigual
marca, hacia el interior del país, una deuda flagrante en términos
de federalización y al interior de la ciudad, la segmentación
brutal de una sociedad que convirtió a Buenos Aires en dos, la que
se estableció del lado norte de la Avda. Rivadavia y la que quedó
al sur. San Nicolas -el barrio que incluye el circuito histórico de
la Av. Corrientes- sigue a la cabeza con 48 librerías. En segundo
lugar están Recoleta y Palermo con 36 y Belgrano, con 20. La tercera
franja la ocupan Almagro, Caballito, Villa Crespo y San Telmo con 10
librerías en promedio y en la otra punta de la pirámide, Boedo,
Parque Patricios, Constitución, La Boca y Liniers, con un promedio
de 2 librerías, detrás de las 3 que se abrieron en el próspero
barrio de Puerto Madero.
La variedad de
su oferta habla de un público heterogéneo y cultivado, tras varias
décadas de masividad en la educación pública, lo que se expresa en
una oferta que va de las tradicionales librerías de pasillo de
Corrientes, hasta las pequeñas que proliferan en las calles
arboladas de Belgrano, Colegiales o Villa Crespo. Las especializadas
en comunicación, arte, feminismo, historia, política, historieta,
literatura infantil, temática LGTB, arquitectura, literatura en
otros idiomas, de anticuarios y usados se suman a las cadenas que se
pueden encontrar hasta en los aeropuertos.
Las viejas
librerías de Corrientes que lograron sobrevivir a las cíclicas
crisis de nuestra economía sostienen un circuito que, hasta
comienzos de la década del 90, constituyó, junto con sus cineclubs,
teatros y bares, lo que María Moreno llamó una “universidad
laica”. Hoy lo comparten con el progresista barrio de Palermo y con
algunas zonas periféricas que apuntan a convertirse en un polo
cultural, como sostiene Valentina Rebasa, una
de las responsables de la flamante librería Runrún, “una
extensión casi natural del proyecto editorial de Bajo la luna y
también una manera de responder a un año muy incómodo en el
mercado del libro, en una zona, Villa Crespo, que está curiosamente
viva en lo que a librerías y editoriales respecta. En 100 metros se
encuentran tres: el Libro de arena (de la editorial calibroscopio),
posiblemente la mejor librería de ilustrados e infantiles de Buenos
Aires; Aristipo, una librería de usados que tiene, en literatura,
libros increíbles y Runrún”. Otra que aterrizó en el barrio es
Punc, especializada en historietas, libros infantiles y fanzines a
cargo de dos jóvenes fanáticas del género que no se achican ante
las adversidades (“aunque el local es chiquito, estamos ubicadas en
una calle donde es muy cómodo usar la vereda”) y se plantean como
objetivo sostener económicamente el proyecto.
Fueron
varias las que siguieron la trayectoria que va de la editorial
a la librería propia este último año. El Fondo de Cultura
Económica inauguró el “Centro Cultural Arnaldo Orfila Reynal”
en su espacio de Palermo; lo mismo hizo la distribuidora Waldhuter al
comprar la librería de Paidós junto con su fondo editorial de la
Av. Santa Fe al 1600, con la idea de armar “un showroom de la
distribuidora” nos cuenta uno de los hijos de la familia, esto es:
exponer los sellos extranjeros independientes que vienen
distribuyendo desde el año 1995, respetando la línea que inauguró
Paidós, de libros de Psicología. Ante la pregunta de si la falta de
restricciones para importar libros impulsó la decisión de abrir su
propia librería, nos responde que no, simplemente se dio la
oportunidad y la aprovecharon. Y si bien las restricciones
terminaron, la devaluación del 60% que se produjo hace que muchos
títulos sean incomprables. Pero el esfuerzo que eligieron hacer como
distribuidores les permite acordar un precio con las editoriales que
pueda resultar competitivo.
En el mismo
sentido, la librería Colastiné del barrio de Belgrano -un claro
homenaje a Saer- tiene al frente a Salvador Biedma, que viene del
ámbito de la edición de revistas literarias y de libros, en la
editorial La compañía. Abierta en noviembre de 2015, lejos de
imaginar el resultado de las elecciones presidenciales pero
consciente de que los márgenes de ganancia son estrechos para todos
los integrantes de la cadena, apuesta a crecer en un contexto que
reconoce muy difícil, a fuerza de vocación y de diferenciarse de
las demás en los sellos que trabaja: editoriales latinoamericanas
chicas y del interior del país con poca presencia en nuestra ciudad
con lo que se propone convertirse en la librería del barrio,
apuntando a establecer una estrecha relación con los clientes.
Algo que no se
puede desligar de la vocación libresca es el deseo de armar un
espacio de circulación más amplio donde convivan la venta, la
presentación de nuevos títulos, la lectura de poesía, los
talleres, los clubes de jazz y blues y hasta las exposiciones de arte
o de juguetes antiguos, como en las ya instaladas Eterna Cadencia,
Clásica y Moderna, Dain Usina cultural, Crack Up, Libros del Pasaje,
Borges 1975, El libro de arena, a las que les siguen las más
recientes Runrún, Caburé o Céspedes.
Un
año atrás y al borde del cierre, se juntaron los socios de La Libre
con sus vendedores y formaron una cooperativa. Si bien hace seis años
que están, este último fue el de mayor crecimiento a fuerza de más
presencia y compromiso. El campo de las humanidades es su
especialidad pero los distingue ser la única librería de Buenos
Aires que ofrece libros de temática LGTB. Organizan ciclos de
lectura, de cine, performances y talleres, lo que les da una fuerte
presencia en el barrio de San Telmo, al que este año se sumó la
librería Caburé -un proyecto que incluye la editorial Caterva y la
revista Carapachay- con el foco puesto en el ensayo y en los sellos
independientes.
Para los
responsables de las librerías más tradicionales como Ecequiel Leder
Kremer, gerente de Hernández desde 1982 y miembro de la Cámara
Argentina del Libro, la caída en las ventas en este último año va
de la mano del derrotero del comercio minorista general, aunque
reconoce que la industria del libro tiene una especificidad propia.
Denuncia un retroceso en la actividad comparable al del año 2000
debido a la inflación, la caída del consumo y al aumento importante
de los costos de gestión, diagnóstico con el que coincide con el
dueño de la cincuentenaria librería El Lorraine, Pedro Sirera,
quien asegura que este último año ha ido a pérdida, mientras que
el responsable de una de las 25 sucursales de Cúspide, le pone
números a la caída de ventas: un 20%.
Débora
Yanover, dueña de la singular librería Norte, cree que la
retracción ha sido del 30 o 40%. No encuentra diferencias entre una
librería y cualquier otra actividad económica, ya que ante la falta
de poder adquisitivo un lector lo resuelve intercambiando libros con
sus amigos o bajando contenidos de internet, argumenta. Si bien es
consciente de que sus clientes valoran la selección de los títulos
que trabaja, no cree que su fidelidad pueda modificar las condiciones
de la coyuntura.
En cuanto a
las librerías de saldos y usados, Arturo Estanislao, dueño de El
Vitral, la librería que conmonoció a los potenciales lectores, como
lo demuestran los más de tres millones de “compartido” en
facebook cuando anunció la liquidación de sus libros por cierre,
las define como “el eslabón más débil de la cadena”. Pero
advierte que no fue sólo el tarifazo lo que lo empujó a bajar la
cortina y trasladar la venta a internet, sino “los cambios en la
dinámica del libro usado que viene arrastrando una crisis desde los
últimos diez años, que el tarifazo no hizo más que consumar.” La
distorsión en los precios, la especulación de los revendedores,
sumado a la fuerte suba de los costos operativos lo empujaron a
modificar drásticamente el modo de trabajar. El saldo debería ser,
a su criterio, un llamado de atención para una industria editorial
que va en camino de volver a producir artículos para pocos. Las
largas colas de jóvenes en la puerta de El Vitral venidos de
diferentes lugares, reflexiona, hablan de un auténtico interés por
la lectura, imposible de satisfacer con los precios actuales.
David De Vita
es el responsable de Adán Buenosayres, otra de las librerías de
Corrientes que generó un revuelo considerable cuando hace pocos
meses anunció que cerraba, a través de su página de facebook. Es
una empresa familiar que hoy está tramitando la transformación en
una cooperativa de trabajo, un proyecto de larga data que se
actualizó a partir del apoyo fervoroso de la gente, gracias al cual
decidieron sostener el espacio de su actual ubicación, cuyos costos
se elevaron el último año en forma alarmante. Frente a la pregunta
de si el Estado respondió de alguna manera, nos dice que “lo único
que recibimos del Estado fueron inspecciones. Y nosotros estamos
vendiendo menos en pesos de lo que vendíamos en el mismo mes el año
pasado, que ya había sido malo.” Cree que los hábitos culturales
no han cambiado demasiado y que el problema es netamente económico.
“En el Conurbano la lista de librerías que cierran es constante.
Nosotros no sé hasta cuándo podremos sostener esto.”
De la gran
variedad de librerías especializadas (en el Rayo rojo, por ejemplo,
se pueden encontrar libros de “Historieta, Arte, Drogas, Tatuajes,
Erotismo, Satanismo, Asesinos Seriales, Performances, Literatura,
Moda, Ilustración, Pornografía y Manualidades, entre otros”), las
dedicadas a la literatura infantil hablan del crecimiento
cuantitativo y cualitativo de un género del que todos los libreros
coinciden en que no tiene techo. El libro de Arena, Rodriguitos, El
gato con bote, Biblioteca del dragón, Libros del oso o las dedicadas
al cómic como la reciente Punc o la más conocida Entelequia, son
una expresión de esta tendencia.
En cuanto a las
dedicadas a las lenguas extranjeras, Joyce, Proust & Co. es una
librería que nació en 1988, que después de años de inestabilidad
económica y de ver desaparecer a sus refinados lectores de
literatura inglesa y francesa, el italiano y el portugués se
impusieron entre sus clientes, en su mayoría estudiantes de todo el
país a los que envían los pedidos hechos por internet. Y si bien no
es una librería estándar podría configurar una muestra de las
trayectorias de la lectura en estos años de capitalismo tardío.
Viejos libreros:
Germán
García nos cuenta que su trabajo como librero en Fausto fue el de
los años de su verdadera formación intelectual, entre el 65 y el
68. El local, además, vendía discos y era un centro de reunión de
la intelectualidad porteña que deambulaba entre el cine Lorraine, el
bar La Paz, los teatros y las librerías. Allí conoció a Carlos
Astrada que lo guió en sus lecturas filosóficas, a Sebreli, Miguel
Briante, Nicolás Casullo y a Héctor Libertella. Deplora de los
libreros actuales que digan que un libro está agotado cuando no lo
tienen, mientras esboza una teoría sobre los modos de apropiación
del conocimiento que cree, el trabajo de librero estimula mucho más
que la disciplina escolar.
Luis
Gusmán nos cuenta que su primera experiencia fue en 1970 en Astral,
“una librería de usados en Corrientes al 1600 en la que, gracias
al indio Dávalos, aprendí el oficio. Por Astral pasaba Butti, un
corredor de libros que vendía las ediciones clandestinas de Sade, y
que en 1971 me llevó a trabajar a la librería Martín Fierro en
Corrientes al 1200, al lado del conventillo donde había vivido
Gombrowicz. Ahí estaban los mejores libreros que conocí. Las
librerías estaban abiertas hasta la una de la mañana. Junto con las
carteleras de los teatros, iluminaban la noche. Un día, entró mi
ídolo, Roberto Perfumo y le regalé El frasquito. Una tarde,
tomé un café con la actriz Elsa Daniel de la que estaba enamorado
desde que la vi en La casa del ángel. Por la librería
pasaban Puig, Viñas, Masotta, Santana, Zelarayán, el negro Medina,
Martini Real, Roa Bastos, y siempre Piglia. Y María Moreno, cuando
todavía era una chica llamada Cristina Forero. Era una fiesta.”
Algunos
años más tarde, Guillermo Piro, nos cuenta, comenzaba su derrotero
laboral como librero. “Empecé en Premier en el 82-83 y luego
siguieron Librería Del Dragón, Finnegans, Norte, Los Nuestros,
Fausto, Gandhi, Losada, Asunto Impreso, hasta el 96. El circuito de
Corrientes en esos años difería mucho del actual en el sentido de
que entonces, a diferencia de ahora, Corrientes estaba hiper poblada
(ahora, en comparación, me parece desierta). La salida de los cines
significaba una afluencia en librerías incontrolable, que se volvían
vagones de subte a las 7 de la tarde.” Sin embargo, para incordio
de los libreros actuales, observa que algunos hábitos, como el de
pedir libros inexistentes, no han cambiado.
La voz oficial:
Sebastián Noejovich, Coordinador
de Letras y Libros del Ministerio
de Cultura de la Nación reconoce una
caída en las ventas de entre el 18% y el 25% y señala algunas
medidas futuras para revertir esta tendencia: “Creemos que tenemos
el desafío de dar mayor difusión al catálogo de las pequeñas y
medianas empresas, que hoy día representan casi el 60% del mercado.
Luego, hay que dar mayor impulso a las exportaciones. Para esto
trabajamos en un sistema simplificado de exportaciones, pronto a
lanzarse, que permitirá abaratar costos y recuperar competitividad
en los mercados externos. También se convocó a las instituciones de
la industria editorial a integrar una Mesa Sectorial, un canal
privilegiado para identificar problemáticas y definir prioridades.
Otro gran desafío es la ampliación de la base de lectores. En tal
sentido, recuperamos el programa Libros y Casas, creado por el ex
ministro José Nun, que entregará 20.000 bibliotecas a beneficiarios
de viviendas sociales.”
Frente
a la imposibilidad de muchas librerías de sostener los altísimos
costos operativos, prefiere analizarla desde otro lado:
“Del mismo modo en
que Buenos Aires cuenta con una concentración de librerías por
habitante que la distingue entre otras ciudades del mundo, muchos
pueblos y ciudades en nuestro país no cuentan siquiera con una sola.
Si bien no está por ahora en agenda el desarrollo de un programa de
apoyo de estas características, considero que esta falta de
federalización del canal y su profesionalización deberían ser sus
ejes de trabajo.”
Publicado en diario Perfil, 12/2/2017
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