Con el sudor de tu frente.
Argumentos para la sociedad del ocio
En el origen de la extraña costumbre
de trabajar que tenemos los humanos está la maldición bíblica que
la divinidad nos impuso por haber querido conocer más, y que
paradójicamente, sólo es posible alcanzar mediante la contemplación
y la reflexión.
Entre anarquista -por explotador- y
aristocrática -por ser propio de las clases subalternas-, la crítica
al trabajo ha atravesado los discursos a lo largo de la historia, a
pesar de lo cual sigue siendo una posición minoritaria asediada
desde la lógica de la productividad y el progreso, que hoy ha
comenzado a estar en entredicho.
Inspirado en la editorial anarquista
londinense Freedom Press, de la que toma varios de sus trabajos
publicados, este libro deconstruye los fundamentos ideológicos de la
cultura del trabajo -como el que ensalza sus bondades, muy
conveniente para quienes viven del trabajo de los demás-, denuncia
el control sobre el tiempo -categoría líquida si las hay- que el
capitalismo alcanzó cuando inventó el reloj, modelo en escala de la
maquinaria de la revolución industrial, y aboga por la desaparición
del trabajo como modo de disciplinamiento, sea en beneficio de la
acumulación de capital o de un estado colectivizado.
Frente a las
semejanzas entre los modos de esparcimiento en la sociedad
capitalista y el trabajo, donde, tanto el placer como el espíritu
están ausentes, Adorno opone a la productividad, creatividad y
juego, para enarbolar el derecho a la pereza.
Muy atrás en la historia, en los
Diálogos de Séneca, se oyen las críticas a la
deshumanización que éste encuentra en la urbe más avanzada de su
época, la Roma imperial, olvidada de los preceptos de la filosofía
griega, para quien los ociosos son los únicos que están libres para
la contemplación y por lo tanto, para saber vivir, como enseña el
Tao, sobre la quietud. “El elegido vive para no hacer nada”
afirmará Oscar Wilde, porque la vida tiene como finalidad el ser y
no el obrar.
No muy alejada de esta concepción del
ocio opuesta a la ocupación constante y pendiente de un presente
esquivo, está el concepto de ocio actual, que se ha subsumido bajo
el dominio del consumo, por lo que el tiempo de trabajo y el que
dedicamos al descanso, ya no tendrían muchas diferencias, de la mano
de la desmaterialización de la economía virtual, lo que sus
analistas conciben como una compresión del espacio-tiempo, no muy
diferente a la denunciada por Séneca.
Consumir entretenimiento está tan
alejado de experimentar como conectarse y comunicar, de producir
sentido. Es lo que leemos en la apología de los holgazanes que hace
Stevenson, quien afirma que mirar y escuchar con atención y con una
sonrisa en los labios nos hará mucho más inteligentes (y felices)
que encerrarnos a estudiar. Fatigarse es valioso, nos dice Bertrand
Russell, sólo porque permite el ocio de los que no trabajan y no
porque sea digno, como han predicado los ricos mientras se cuidaban
de mantenerse a salvo de esa virtud.
En una de sus aguafuertes, Arlt nos
regala una clase de “filología lunfarda”, distinguiendo la
palabra “fiaca” (“Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya
durante un siglo”) del verbo “esgunfiarse”, referido a los
vagonetas que se desmarcan del culto al trabajo que los inmigrantes
enriquecidos representaban por aquellos años. Y el sustantivo
“squenun”, referido a los “filósofos de azotea” que han
decidido tomar vacaciones eternas, de los que “se tiran a muerto”,
aquellos que, haciendo que trabajan, viven de los demás.
Para los que preferiríamos no hacerlo
aunque no nos quede más remedio, conviene no olvidar los “Consejos
a los criados” que da Jonathan Swift para boicotear las
obligaciones y tomar venganza de los empleadores y tener siempre a
mano los versos de Lessing: “Debemos haraganear en todo, salvo en
amar y en beber, salvo en haraganear.”
Publicado en diario Perfil, 29/6/14
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