martes, 1 de julio de 2014

Preferiríamos no hacerlo

Con el sudor de tu frente. 
Argumentos para la sociedad del ocio


En el origen de la extraña costumbre de trabajar que tenemos los humanos está la maldición bíblica que la divinidad nos impuso por haber querido conocer más, y que paradójicamente, sólo es posible alcanzar mediante la contemplación y la reflexión.
Entre anarquista -por explotador- y aristocrática -por ser propio de las clases subalternas-, la crítica al trabajo ha atravesado los discursos a lo largo de la historia, a pesar de lo cual sigue siendo una posición minoritaria asediada desde la lógica de la productividad y el progreso, que hoy ha comenzado a estar en entredicho.
Inspirado en la editorial anarquista londinense Freedom Press, de la que toma varios de sus trabajos publicados, este libro deconstruye los fundamentos ideológicos de la cultura del trabajo -como el que ensalza sus bondades, muy conveniente para quienes viven del trabajo de los demás-, denuncia el control sobre el tiempo -categoría líquida si las hay- que el capitalismo alcanzó cuando inventó el reloj, modelo en escala de la maquinaria de la revolución industrial, y aboga por la desaparición del trabajo como modo de disciplinamiento, sea en beneficio de la acumulación de capital o de un estado colectivizado.
Frente a las semejanzas entre los modos de esparcimiento en la sociedad capitalista y el trabajo, donde, tanto el placer como el espíritu están ausentes, Adorno opone a la productividad, creatividad y juego, para enarbolar el derecho a la pereza.
Muy atrás en la historia, en los Diálogos de Séneca, se oyen las críticas a la deshumanización que éste encuentra en la urbe más avanzada de su época, la Roma imperial, olvidada de los preceptos de la filosofía griega, para quien los ociosos son los únicos que están libres para la contemplación y por lo tanto, para saber vivir, como enseña el Tao, sobre la quietud. “El elegido vive para no hacer nada” afirmará Oscar Wilde, porque la vida tiene como finalidad el ser y no el obrar.
No muy alejada de esta concepción del ocio opuesta a la ocupación constante y pendiente de un presente esquivo, está el concepto de ocio actual, que se ha subsumido bajo el dominio del consumo, por lo que el tiempo de trabajo y el que dedicamos al descanso, ya no tendrían muchas diferencias, de la mano de la desmaterialización de la economía virtual, lo que sus analistas conciben como una compresión del espacio-tiempo, no muy diferente a la denunciada por Séneca.
Consumir entretenimiento está tan alejado de experimentar como conectarse y comunicar, de producir sentido. Es lo que leemos en la apología de los holgazanes que hace Stevenson, quien afirma que mirar y escuchar con atención y con una sonrisa en los labios nos hará mucho más inteligentes (y felices) que encerrarnos a estudiar. Fatigarse es valioso, nos dice Bertrand Russell, sólo porque permite el ocio de los que no trabajan y no porque sea digno, como han predicado los ricos mientras se cuidaban de mantenerse a salvo de esa virtud.
En una de sus aguafuertes, Arlt nos regala una clase de “filología lunfarda”, distinguiendo la palabra “fiaca” (“Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya durante un siglo”) del verbo “esgunfiarse”, referido a los vagonetas que se desmarcan del culto al trabajo que los inmigrantes enriquecidos representaban por aquellos años. Y el sustantivo “squenun”, referido a los “filósofos de azotea” que han decidido tomar vacaciones eternas, de los que “se tiran a muerto”, aquellos que, haciendo que trabajan, viven de los demás.

Para los que preferiríamos no hacerlo aunque no nos quede más remedio, conviene no olvidar los “Consejos a los criados” que da Jonathan Swift para boicotear las obligaciones y tomar venganza de los empleadores y tener siempre a mano los versos de Lessing: “Debemos haraganear en todo, salvo en amar y en beber, salvo en haraganear.”

Publicado en diario Perfil, 29/6/14

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